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La degeneración de la república estadounidense viene de lejos y tiene que ver con su acción imperial. Nadie como Donald Trump, una caricatura de Calígula del Siglo XXI, la ha retratado.
El torpe intento de Donald Trump por revertir los resultados electorales en Estados Unidos es, objetivamente, una fechoría menor al lado de las que su acción exterior tiene en su haber a lo largo de su nefasto mandato presidencial.
Comparado con su retirada de los acuerdos fundamentales sobre control de armamento nuclear, su ruptura de los compromisos internacionales en materia de calentamiento global, su veto a las iniciativas para poner fin a las masacres en Yemen, su responsabilidad en la mortandad ocasionada en Venezuela por sus sanciones y bloqueos, su retirada del acuerdo nuclear con Irán y el asesinato de su principal líder militar, que coloca a toda la región ante una tensión extrema ; comparado con sus iniciativas para seguir recompensando a Israel por su pisoteo del derecho internacional hacia Palestina y su ocupación, su escalada militar con China y Rusia que encierran el peligro de un conflicto mundial, es decir, comparado con todo aquello que ha hecho de Trump un presidente aun más criminal e irresponsable en su acción exterior que la criminal media que va con el cargo de Presidente de Estados Unidos por lo menos desde la Segunda Guerra Mundial, su chapucera pataleta del asalto al Congreso, con todas las ambiguas complicidades institucionales que la rodean, es un asunto de calibre menor.
Sin embargo para el complejo mediático ha sido este pintoresco incidente, y no todo lo anterior, lo que ha aportado la prueba de la dolencia.
En realidad el proceso de degeneración de la democracia estadounidence, lo que Chalmers Johnson definió como la emergencia de la presidencia imperial y la atrofia de los poderes legislativo y judicial, es un proceso que tiene profundas raíces en el complejo militar-industrial de posguerra y « en el modo en el que amplios sectores de la población aceptaron al ejército como institución pública más efectiva así como toda una serie de aberraciones de nuestro sistema electoral ».
Desde 1941, Estados Unidos ha estado permanentemente implicado y movilizado en la guerra. Así ha sido como la República realizó la profecía formulada en abril de 1795 por James Madison, uno de sus padres fundadores :
Más de medio siglo de devoción a la guerra hicieron que los estadounidenses abandonaran sus controles republicanos sobre las actividades de sus mandatarios y elevaron al ejército a una posición que en la práctica está por encima de la ley, constataba Johnson hace una década. Esa evolución degenerativa explica, por ejemplo, que el fraude al Congreso que significaron las mentiras que justificaron la guerra de Irak quedaran completamente impunes y que a nadie se le ocurriera pedir responsabilidades por ellas.
Con la personalidad sociópata de Donald Trump en la Casa Blanca, esta gangrena degenerativa adquirió tal crudo nivel de evidencia, que los habituales decorados, disimulos y coartadas propagandísticas del Imperio apenas ocultaban ya sus vergüenzas. Por eso Trump ha dividido al establishment estadounidense, además de a la población, y no por casualidad este Presidente Calígula se granjeó la enemistad del aparato de propaganda liberal : por su burda caricaturización de la criminal y brutal naturaleza del sistema al que ese aparato da brillo y esplendor.
Contemplado desde la perspectiva de los golpes, « revoluciones » y operaciones de cambio de régimen que Estados Unidos propicia y celebra en el mundo, desde Venezuela, hasta Hong Kong, pasando por Ucrania y Bolivia, por citar algunos de los más recientes, el « golpe » de Washington, con cuatro muertos y una irrupción de vándalos parecidos a hinchas de fútbol en el « templo de la democracia », ha sido un espectáculo de opereta. Puede que no haya sido así para muchos ciudadanos de Estados Unidos que aun creen que su degenerada república imperial es una democracia, pero desde luego sí a ojos de la mayoría del mundo que sufre el poder imperial de Washington.
Rafael Poch de Feliu* para su Blog personal
Rafael Poch de Feliu. Catalunya, 8 de enero de 2020.