Portada del sitio > Los Primos > América Central y Caribe > El síndrome de Estocolmo Descolonicemos Puerto Rico
La vicepresidenta del Partido Independentista Puertorriqueño, María de Lourdes Santiago realiza un descarnado análisis del sometimiento que sufre el pueblo puertorriqueño.
"Los grandes no son grandes
sino porque estamos de rodillas.
Levantémonos".
Pedro Albizu Campos
Por María de Lourdes Santiago
En el 1973, cuatro empleados de un banco en Estocolmo, Suecia, fueron tomados como rehenes, a punta de pistola por dos asaltantes. Encerrados junto a sus captores en la bóveda del banco durante seis días, los cuatro cautivos desarrollaron una afinidad tal con los dos criminales, que se resistieron a los intentos de ser liberados, intercedieron por ellos ante el primer ministro sueco Olaf Palme, se negaron a testificar en el juicio e incluso ayudaron a costear los honorarios del abogado de defensa. Desde entonces, el fenómeno sicológico del secuestrado que toma partido con su secuestrador (y que se haría aún más famoso con el caso de Patty Hearst y su afiliación a sus captores, el Ejército Simbionés de Liberación) se conoce como el Síndrome de Estocolmo, y ha servido de base para la identificación de otros trastornos, como el Síndrome de la Mujer Maltratada.
Mientras leía la semana pasada declaraciones como la de la señora de Vieques que se oponía al cese del bombardeo porque "la Marina es Estados Unidos y sin los Estados Unidos no somos nada", me parecía estar ante la versión boricua del mal sueco. Ni la evidencia que todos los días pasa ante sus ojos - la contaminación, la pobreza, la enfermedad y la destrucción que han significado para los viequenses sesenta años de prácticas- podrá convencer a algunos de que hay algo malo en que los americanos sigan disparando allí. Lo mismo pasa con la posibilidad del cierre de Roosevelt Roads, que con reacciones histéricas los sectores más proamericanos (populares y penepés) anuncian como el principio del fin de Ceiba, olvidando el detalle de que con décadas de establecida allí la base, Ceiba es uno de los municipios más pobres y con mayor desempleo en Puerto Rico.
Casos similares hay en toda la Isla; yo he estado en parcelas donde la vida transcurre en la más completa miseria, en las que no quieren saber de los independentistas porque "lo que quieren es que los americanos se vayan y los americanos son los que nos dan todo". Lo incomprensible de esta lealtad a prueba de todo maltrato ha sido recogida hasta en la comedia: "Eleuterio", para desgracia de los que andan por la vida con tan cristiano nombre, se ha convertido en sinónimo del pitiyanquismo descarnado, con sello de traidor y malagradecido para todo puertorriqueño que no esté dispuesto a besar los pies de cualquier espécimen de esa raza superior que son los americanos. Pero a veces la realidad supera el ingenio de la fantasía; ya deben estar preparando su peregrinación los que el año pasado le juraron al almirante Green que estaban dispuestos a pedir de rodillas que la Marina continuara el bombardeo.
Esta adaptación tropical del Síndrome del Secuestrado Feliz no es exclusiva de los estadistas más recalcitrantes. En tiempos recientes, hemos visto a la Gobernadora referirse repetidamente al Gobierno norteamericano como "nuestro socio" (porque cree, de verdad, que somos socios) y en esta semana el Comisionado Residente ha señalado como una falta de respeto del PIP nuestra oposición a que las escuelas públicas se usen para facilitar el reclutamiento de jóvenes puertorriqueños para las Fuerzas Armadas de Estados Unidos. Décadas atrás, Luis Muñoz Marín -probablemente el puertorriqueño más cruelmente humillado por los estadounidenses- demostró su agradecida respuesta al maltrato volcando sus energías en la persecución contra el independentismo.
En efecto, un repaso de los sintomatología del Síndrome de Estocolmo parece un diagnóstico de la vida en la colonia. Para empezar, la reacción patológica del secuestrado ocurre en respuesta a cuatro condiciones: su percepción de que el secuestrador tiene la capacidad de matarlo o causarle daño físico, la sensación de que no tiene cómo escapar, el aislamiento del mundo exterior, de manera que sólo tiene acceso a la perspectiva del secuestrador, y la impresión de que quien lo amenaza muestra señales de bondad. Para nosotros, eso ha significado la invasión de tropas americanas en el 1898 y la continua presencia militar; la negativa del Gobierno americano de iniciar un genuino proceso de descolonización; la campaña de americanización primero, seguida por la desinformación a través del sistema educativo y los medios que se han prestado a ello (las agencias federales han hecho públicos documentos en que detallan la costumbre de "plantar" artículos antiindependentistas, escritos por agentes pero firmados por periodistas, en periódicos como El Mundo) y finalmente, los programas de beneficencia desde la PRRA hasta el PAN.
Como si fuera un ejemplo de libro de texto, Puerto Rico (con la excepción de aquellos que desde el primer día entendieron que nada bueno puede tramar el que llega pistola en mano) respondió a su cautiverio con lo que los sicólogos catalogan como estrategias del secuestrado para manejar su situación de víctima: dependencia, falta de iniciativa, incapacidad de decidir, actuar, o coordinar, atención excesiva a los deseos del secuestrador y gratitud por la relación establecida, adopción de la perspectiva del victimario, al que se percibe como omnipotente, énfasis en sus actos de benignidad y nunca en los de brutalidad, y hostilidad hacia los posibles liberadores. Vale señalar que la relación enfermiza no termina con el incidente ni se confina a los afectados directamente. En aquel primer caso de Estocolmo, una de las secuestradas estableció una larga amistad con uno de los asaltantes, y el otro secuestrador llegó a comprometerse con una de las muchas mujeres que se convirtieron en fanáticas de los bandidos.
De algo sirve el diagnóstico. Primero, porque nos permite atisbar en las razones por las cuales la persuasión lógica no funciona en tantos casos: ¿con cuántas personas nos encontramos, a las que las estadísticas más precisas, las investigaciones más rigurosas, los hechos más claros, no pueden convencer de que éste no es el paraíso terrenal y de que hay vida fuera de la colonia? En segundo lugar, porque como nos dicen los expertos en comportamiento humano, el Síndrome de Estocolmo no es otra cosa que la búsqueda desesperada de una forma de sobrevivir a una situación ignominiosa.
Tras ciento cuatro años en la bóveda de la colonia, continuamos con vida, pero siempre rehenes. Ya va siendo hora de superar el trauma y buscar la salida.
Argenpress.info