Accueil > Empire et Résistance > Union Européenne > France > El modelo de integración de Francia en ruinas y sin ninguna idea a la vista
Por Isabel López.
Rardio Nederland. Francia, 7 de noviembre de 2005
Los suburbios franceses viven inmersos en una espiral de violencia que comenzó el pasado 27 de octubre en París y que no se sabe ni cuándo ni cómo va a terminar. Cada noche es peor que la anterior y las escenas de coches, comercios y establecimientos públicos en llamas se reproducen en los suburbios de otras ciudades del país que también se han contagiado de esta epidemia de violencia que ha conducido a Francia a su mayor crisis en muchos años.
La situación es tan grave que el primer ministro, Dominique de Villepin, y el ministro del interior, Nicolas Sarkozy, tuvieron que cancelar sus viajes previstos al extranjero y dejar de lado su particular guerra.
El desencadenante de esta auténtica rebelión urbana fue la muerte de dos jóvenes de origen magrebí en una barriada de París. Fallecieron electrocutados al esconderse en el interior de un transformador en Clichy-sous-Bois. Se cree que escapaban de la policía, pero, hoy por hoy, las circunstancias de este suceso aún no se han esclarecido.
Lo que sí está claro es que este hecho ha dado lugar a una revuelta al estilo de guerrilla urbana que no se conocía en Francia desde hacía mucho tiempo. A principios de la década de los 90 en el extrarradio de la ciudad de Lyon también se vivieron jornadas de disturbios que, no obstante, no alcanzaron las dimensiones ni la amplitud de las de ahora.
El lenguaje del ministro del interior, Nicolas Sarkozy, ha servido de combustible a los disturbios de las últimas jornadas. Dos días antes de la muerte de los dos jóvenes, Sarkozy visitó uno de los barrios de la periferia parisina. Un grupo de jóvenes lo abucheó y le lanzó diversos proyectiles. El ministro se refirió a ellos como "chusma", un insulto que ha sido asumido colectivamente por los jóvenes que, desde hace once días, siembran el desorden en las llamadas "cités" francesas.
Pero al margen del lenguaje provocador y agresivo de Sarkozy, las escenas que se viven en los suburbios del país han sacado a la superficie un problema de enormes dimensiones : la discriminación que sufren los jóvenes de estos barrios, hijos de familias inmigrantes del Magreb o subsaharianas, en un país que siempre se ha jactado de su capacidad de integración. "Es un fenómeno que nos indica el declive histórico del modelo francés de integración republicana. Es una crisis total que se expresa a través de la violencia porque no existen actores para canalizar la rabia de estos jóvenes. Lo que nos viene a indicar es que el modelo de integración ha fracasado", explica el sociólogo Michel Wieviorka.
Muchos consideran que durante los últimos 30 años Francia ha cerrado los ojos ante el problema que se estaba incubando en los alrededores de las grandes ciudades. Décadas de planes de remodelación urbana no han conseguido eliminar de muchos suburbios la sensación de marginalidad y el espíritu de gueto que ha anidado en los jóvenes que allí viven. Muchos forman parte de la segunda o tercera generación de inmigrantes y son franceses de pleno derecho, aunque en el acceso al trabajo y a la vivienda no se sienten así.
Mohammed vive en Aulnay-sous-bois desde hace treinta años. Expresa su repulsión hacia lo que está ocurriendo, pero comprende la revuelta. "Ahora llegan a los 15 ó 16 años y no tienen ni escuela, ni trabajo, ni nada. No saben qué hacer y para hacerse conocer y que escuchen su voz queman vehículos y destrozan propiedades. El alcalde ha hecho bastantes cosas, pero no es suficiente y Nicolas Sarkozy quizá haya ido demasiado lejos", afirma.
Los alcaldes de las zonas donde se están produciendo los disturbios rechazaron el pasado jueves el nuevo plan de urgencia anunciado por Villepin. No quieren anuncios de efecto y reclaman un trabajo con profundidad que el Ejecutivo conservador ha dejado de lado en favor de una política de mano dura policial. Según explica el rotativo francés Le Monde en su última edición, el Gobierno anuló 310 millones de euros del presupuesto del 2005 dedicados a la inserción y a la vivienda social en estas barriadas.
El presidente de la República francesa, Jacques Chirac, decidió el pasado domingo abandonar su criticado silencio desde que comenzó la crisis y convocó una reunión extraordinaria del Consejo de Seguridad Interior. Al término de ésta declaró que la ley tendrá la última palabra para acabar con la violencia. (La noche misma del vacio discurso de Chirac la respuesta de los suburbios enardecidos por la incomprencion redobló de violencia. El Correo)
Muchos se preguntan ahora qué pasará en los próximos días tras un fin de semana especialmente virulento que se cierra con cerca de 2.700 vehículos quemados, alrededor de 650 personas detenidas y una treintena de policías heridos.
En la mente de algunos crece el temor a que una combinación de violencia ciudadana y penetración del islamismo radical en estos suburbios conviertan la revuelta en algo mucho más peligroso.
© Radio Nederland Wereldomroep, all rights reserved
***
MOTIVOS SOCIO-POLITICOS POR LOS QUE EL PAIS EUROPEO DESCENDIO AL CAOS
La otra Francia, de las zonas excluidas
Por Eduardo Febbro
Página 12, París, 7 de noviembre de 2005
La izquierda y la derecha comparten una responsabilidad histórica en el ciclo de violencia que desde hace once días hace temblar las bases sociales de Francia. Socialistas y conservadores instauraron una barrera social y racial, una suerte de muro de contención que dejó del lado oscuro de la sociedad a quienes tenían la piel de otro color. Las ciudades dormitorios construidas en los años ’60 y en cuyo seno cohabitan decenas de nacionalidades distintas fueron dejadas de lado, como si fueran un territorio "no francés". La cultura de los derechos humanos disminuyó los derechos de una de sus categorías sociales. En los últimos 25 años, la falta de recursos suministrados por el Estado convirtió a muchos suburbios franceses en guetos exclusivos.
Los primeros disturbios estallaron en 1981 en la localidad de Minguettes. El socialista François Mitterrand acababa de ganar las elecciones presidenciales y, con él, surgió la esperanza de que aquellos márgenes fueran a desaparecer. Nueve años más tarde, en 1990, cuando nuevos disturbios estallaron en Vaulx-en-Velin, en las afueras de Lyon, muy poco había sido hecho. El discurso oficial tendía a la integración, los medios entregados por el Estado, no.
La extrema derecha del Frente Nacional se alimentó del miedo a los inmigrados, de la delincuencia que imperaba en esos suburbios. La confusión y el oportunismo político de los socialistas, que usaron a los inmigrados y a sus hijos como anzuelo de sus buenas intenciones, congelaron la situación. Con su estilo tradicional, la derecha terminó de preparar el desastre. No existe retrato más inverosímil como el que ofrece diariamente la televisión francesa.
Francia es una sociedad multirracial, modelada por las distintas olas inmigratorias provenientes de sus ex colonias, países de Africa o del Magreb. Sin embargo, la pantalla muestra un mundo exclusivo de blancos en donde "la otra Francia" está ausente. Los sociólogos y las personas que trabajan en las zonas suburbanas constatan hasta qué punto la "mirada política" ha permanecido invariable. Las ciudades dormitorios ya no albergan más mano de obra importada sino franceses nacidos de esa mano de obra. Pero los políticos siguen considerando esas zonas como hace 25 años. "Los relojes de la guerra civil han sonado", dice Abdul, un poco en broma. Tiene 27 años y tres de desempleado. Sus padres son de Túnez "y yo me siento de ninguna parte. El Islam no me colma, pero la discriminación menos".
La socióloga Sophie Body-Gendreau asegura que el problema actual no es únicamente el de París extramuros "sino un problema del conjunto de la sociedad francesa. Mientras no cambiemos la noción de vivir juntos no solucionaremos nada. La sociedad actúa como si lo que pasa en estos barrios marginados no la concerniera. Eso no es cierto. Es un problema de todos". Michel Champredon, consejero municipal de la localidad de Evreux, reconoce que los disturbios son "la expresión de un malestar que existe desde hace muchos años". Los resortes de la "intifada" son, para el dirigente, "el aumento del desempleo, de la pobreza, el avance de la miseria social, el hecho de que muchos niños dejan la escuela muy pronto, de que existen pocas perspectivas profesionales para un sector de la juventud, en especial para los jóvenes oriundos de la inmigración. Es lícito reconocer que, a la hora de contratar a alguien, hay mucha discriminación. Todo eso ha creado un sentimiento de injusticia, de insatisfacción y de rencores".
El pozo ciego de la fractura racial y social estaba ahí, latente, viable pero ignorado. El sociólogo Eric Merlière comenta que la extensión de la violencia más allá de la región parisina testimonia un sentimiento común que liga a todos los barrios denominados "zonas urbanas sensibles". En vezde haber aprovechado la fabulosa energía de una generación mixta y nueva, Francia la hizo a un lado.
***
Ninguna igualdad, fraternidad o libertad
Por Eduardo Febbro.
Página 12, Paris, 7 de noviembre de 2005
Mohamad, Ibrahim y Abdel están acostumbrados a ver escenas como las que ayer presenciaron en el noticiero de la noche difundido en el canal 3 de la televisión nacional francesa. Una inmaculada rubia de profusos ojos azules entrevistaba a una especialista de la delincuencia juvenil. Desde luego, ningún dato oficial afirmó nunca que los jóvenes que incendian autos y atacan los símbolos del Estado francés eran delincuentes. La entrevistada, por otra parte, se encargó de aclarar el tema. Pero Mohamad, Ibrahim y Abdel saben que ser joven e hijos de emigrados equivale muchas veces a ser vistos como delincuentes.
Falta de trabajo, magro apoyo familiar en la educación, discriminación, las generaciones de jóvenes oriundos de la inmigración conforman un retrato dramático de todo lo que la acción política debe evitar y que, en Francia, nunca fue evitado. Una suerte de consenso secreto ha dividido al país entre franceses "de pura cepa" y a los hijos de los emigrados que llegaron hace 40 años. Mohamad o Ibrahim no pueden hacer gran cosa si presentan su candidatura a un puesto de trabajo. Sus orígenes son una desventaja. A competencias similares, el empleador elegirá a Jacques, Pierre et Antoine para el puesto. Unos van a la mezquita, otros a la iglesia. Pero todos son franceses.
Rachid tiene 23, vive en Aulnay, es un francés de la "tercera generación". Finalizó sus estudios con muchos esfuerzos y se diplomó en una escuela de comercio. Cuenta : "llevar un nombre árabe es quedarse sin la mitad del futuro. Nos tienen miedo, pero somos franceses, aunque muchos vayan a la mezquita. Esta sociedad construyó un muro de exclusión. Francia tiene dos niveles : hay una fractura social, como en casi todas partes, y una fractura racial. Cuando ambas convergen en una misma persona es muy difícil sobrevivir".
Amar denuncia con vehemencia la insalubridad de los suburbios, el estado casi "carcelario" de las ciudades dormitorios y la desigualdad en los sistemas educativos. "Lo peor de todo es que vivir en estas zonas es como ser miembro de una banda de delincuentes. La policía nos hostiga día y noche. Cuando salimos del tren nos piden documentos, si caminamos en grupo por la calle se nos vienen encima, si salimos a la puerta a conversar llegan los camiones de la policía antimotines a provocarnos. Y encima está ese ministro, Sarkozy, que nos trató de escoria, que dijo que había que limpiar nuestros barrios con soda cáustica. Es demasiado."