Accueil > Empire et Résistance > El libre comercio es la guerra.
Hace unos días, siete activistas opuestos a la privatización fueron detenidos en Soweto por bloquear la instalación de medidores de agua. Esos medidores son la respuesta de las empresas al hecho de que millones de sudafricanos pobres no pueden pagar el agua potable que consumen.
Por Naomi Klein
The Nation-The New York Times, 11 de septiembre 2003
Los nuevos artilugios son similares a esos teléfonos celulares en los cuales se paga de acuerdo con las llamadas. Sólo que, en lugar de tener una línea muerta cuando la persona se queda sin dinero, lo que hay es gente muerta tras beber agua contaminada.
En el mismo día en que los ’guerreros del agua’ sudafricanos fueron encarcelados, las negociaciones de Argentina con el Fondo Monetario Internacional se empantanaron. El punto de mayor controversia fue el aumento de tarifas para empresas privadas. En un país donde un 50% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza, el FMI exige que las empresas multinacionales del agua y la electricidad aumenten sus tarifas un descomunal 30%.
En reuniones cumbre convocadas para discutir aspectos comerciales, el debate acerca de la privatización parece abstracto. Pero sobre el terreno, es tan claro y urgente como el derecho a sobrevivir.
Luego del 11 de septiembre, había ideólogos derechistas que estaban muy apurados por descalificar al movimiento contra la globalización. Se nos informó de que en época de guerra nadie se preocupa por cuestiones frívolas tales como la privatización del agua. Buena parte del movimiento pacifista de Estados Unidos cayó en una trampa similar. Se le dijo que no era el momento adecuado de concentrarse en debates económicos, sino en unirse para luchar por la paz.
Toda esa insensatez concluyó esta semana en Cancún, donde millares de activistas se congregaron para declarar que el brutal modelo económico propuesto por la Organización Mundial de Comercio constituye en sí una forma de guerra.
Y se trata de una guerra porque la privatización y la desregulación matan al aumentar los precios de servicios básicos como agua y medicinas, en tanto se reducen los precios de materias primas tales como el café, lo que convierte granjas en unidades improductivas. Y es guerra porque aquellos que resisten y ’se niegan a desaparecer’, como dicen los zapatistas, son detenidos, golpeados y en ocasiones asesinados. Y es guerra porque, cuando esta clase de represión de baja intensidad no logra despejar la senda a la liberación corporativa, comienza la guerra real.
Las protestas pacifistas a escala global que sorprendieron al mundo el 15 de febrero surgieron de una red erigida durante años de activismo contra la globalización, desde INDYMEDIA al Foro Mundial Social. Y, pese a intentos de mantener esos movimientos separados, el único futuro radica en la convergencia representada en Cancún.
Movimientos anteriores intentaron librar guerras sin abordar intereses económicos ocultos, o conquistar la justicia económica sin enfrentarse el poder militar. Los activistas de la actualidad, ya expertos en seguir la pista al dinero, no están cometiendo el mismo error.
Basta ver el ejemplo de Rachel Corrie. Aunque es recordada por muchos activistas como una muchacha de 23 años que se enfrentó a motoniveladoras israelíes, Corrie había advertido de que existía un peligro mayor en el equipo bélico. ’Creo que es contraproducente centrar la atención sólo en los puntos de crisis, incluida la demolición de viviendas, los tiroteos y la violencia abierta’, escribió en uno de sus últimos mensajes por correo electrónico. ’Mucho de lo que ocurre en Rafah está vinculado a la lenta eliminación de la capacidad de los seres humanos para sobrevivir. El agua, en particular, es algo crítico e invisible.’
La batalla de Seattle de 1999 fue la primera gran protesta en que participó Corrie. Cuando ella llegó a Gaza, se había adiestrado no sólo para ver la represión en la superficie, sino para cavar en profundidad, para analizar los intereses económicos a los que obedecen los ataques israelíes. Esa excavación, interrumpida por su muerte, condujo a Corrie a pozos de agua en asentamientos cercanos, donde ella pensaba que estaban desviando la preciosa agua desde Gaza a zonas agrícolas israelíes. De manera similar, cuando Washington comenzó a entregar contratos de reconstrucción en Irak, veteranos del debate sobre la globalización descubrieron la agenda encubierta en los nombres de Bech- tel y Halliburton, partidarios de la privatización y la liberalización. Si esos tipos lideran la carga, eso significa que Irak no va a ser reconstruido sino vendido al mejor postor.
Inclusive aquellos que se opusieron a la guerra por la forma en que se libró (sin aprobación de las Naciones Unidas, con escasas evidencias de que Irak representaba una amenaza inminente) ahora saben por qué se libró : para poner en práctica la misma política denunciada en Cancún : privatización en masa, acceso ilimitado de las multinacionales y drásticos recortes en el sector público.
Tal como señaló Robert Fisk en el diario ’The Independent’, el uniforme de Paul Bremer lo dice todo : ’Un traje de empresario y botas de combate’.
El Irak ocupado se ha convertido en un laboratorio del mercado libre, tal como fue Chile para los ’muchachos de Chicago’ de Milton Friedman luego del golpe de 1973. Friedman dijo que se trataba de un ’tratamiento de shock’, aunque, al igual que en Irak, parece más un robo a mano armada después de un ataque de artillería.
Y hablando de Chile, el Gobierno de Bush ha dejado saber que si fracasa la reunión de Cancún, piensa seguir adelante con acuerdos comerciales bilaterales, como el que firmó hace poco con Chile.
Aunque resulta insignificante en términos económicos, el poder real del acuerdo consiste en que se trata de una cuña. Washington ya lo está usando para presionar a Brasil y Argentina a fin de que respalde el Acuerdo de Libre Comercio de las Américas.
Han pasado también 30 años desde otro 11 de septiembre, cuando el general Augusto Pinochet, con la ayuda de la CIA, impuso el libre comercio a Chile a sangre y fuego, como dicen en América Latina. Ese terror sigue repartiendo dividendos hasta el día de hoy. La izquierda nunca se recuperó, y Chile continúa siendo el país más complaciente de la región, dispuesto a acatar los dictados de Washington inclusive mientras sus vecinos rechazan el neoliberalismo en las urnas y en las calles.
En agosto de 1976, Orlando Letelier, ex ministro de Relaciones Exteriores de Chile durante el Gobierno de Salvador Allende, publicó un artículo en ’The Nation’. Letelier se mostró frustrado con la comunidad internacional que expresaba horror por las violaciones a los derechos humanos cometidos por el régimen de Augusto Pinochet y en cambio respaldaba su política de mercado libre, rehusando ver ’la fuerza brutal requerida para alcanzar esos objetivos. Represión para la mayoría y ’libertad económica’ para grupos privilegiados son en Chile dos lados de una misma moneda’. Menos de un mes más tarde, Orlando Letelier fue asesina-do al estallar una bomba en su automóvil en Washington DC.
Los más grandes enemigos del terrorismo nunca pierden de vista los intereses económicos a los que sirve la violencia, o la violencia del capitalismo en sí. Orlando Letelier comprendió eso. También lo comprendió Rachel Corrie. Y a medida que nuestros movimientos convergen en Cancún, también debemos hacerlo nosotros.
FREE TRADE IS WAR
By Naomi Klein
The Nation, September 11, 2003
Monday, seven antiprivatization activists were arrested in Soweto for blocking the installation of prepaid water meters. The meters are a privatized answer to the fact that millions of poor South Africans cannot pay their water bills.
The new gadgets work like pay-as-you-go cell phones, only instead of having a dead phone when you run out of money, you have dead people, sickened by drinking cholera-infested water.
On the same day South Africa’s "water warriors" were locked up, Argentina’s negotiations with the International Monetary Fund bogged down. The sticking point was rate hikes for privatized utility companies. In a country where 50 percent of the population is living in poverty, the IMF is demanding that multinational water and electricity companies be allowed to increase their rates by a staggering 30 percent.
At trade summits, debates about privatization can seem wonkish and abstract. On the ground, they are as clear and urgent as the right to survive.
After September 11, right-wing pundits couldn’t bury the globalization movement fast enough. We were gleefully informed that in times of war, no one would care about frivolous issues like water privatization. Much of the US antiwar movement fell into a related trap : Now was not the time to focus on divisive economic debates, it was time to come together to call for peace.
All this nonsense ends in Cancún this week, when thousands of activists converge to declare that the brutal economic model advanced by the World Trade Organization is itself a form of war.
War because privatization and deregulation kill—by pushing up prices on necessities like water and medicines and pushing down prices on raw commodities like coffee, making small farms unsustainable. War because those who resist and "refuse to disappear," as the Zapatistas say, are routinely arrested, beaten and even killed. War because when this kind of low-intensity repression fails to clear the path to corporate liberation, the real wars begin.
The global antiwar protests that surprised the world on February 15 grew out of the networks built by years of globalization activism, from Indymedia to the World Social Forum. And despite attempts to keep the movements separate, their only future lies in the convergence represented by Cancún. Past movements have tried to fight wars without confronting the economic interests behind them, or to win economic justice without confronting military power. Today’s activists, already experts at following the money, aren’t making the same mistake.
Take Rachel Corrie. Although she is engraved in our minds as the 23-year-old in an orange jacket with the courage to face down Israeli bulldozers, Corrie had already glimpsed a larger threat looming behind the military hardware. "I think it is counterproductive to only draw attention to crisis points—the demolition of houses, shootings, overt violence," she wrote in one of her last e-mails. "So much of what happens in Rafah is related to this slow elimination of people’s ability to survive.... Water, in particular, seems critical and invisible." The 1999 Battle of Seattle was Corrie’s first big protest. When she arrived in Gaza, she had already trained herself not only to see the repression on the surface but to dig deeper, to search for the economic interests served by the Israeli attacks. This digging—interrupted by her murder—led Corrie to the wells in nearby settlements, which she suspected of diverting precious water from Gaza to Israeli agricultural land.
Similarly, when Washington started handing out reconstruction contracts in Iraq, veterans of the globalization debate spotted the underlying agenda in the familiar names of deregulation and privatization pushers Bechtel and Halliburton. If these guys are leading the charge, it means Iraq is being sold off, not rebuilt. Even those who opposed the war exclusively for how it was waged (without UN approval, with insufficient evidence that Iraq posed an imminent threat) now cannot help but see why it was waged : to implement the very same policies being protested in Cancún—mass privatization, unrestricted access for multinationals and drastic public-sector cutbacks. As Robert Fisk recently wrote in The Independent, Paul Bremer’s uniform says it all : "a business suit and combat boots."
Occupied Iraq is being turned into a twisted laboratory for freebase free-market economics, much as Chile was for Milton Friedman’s "Chicago boys" after the 1973 coup. Friedman called it "shock treatment," though, as in Iraq, it was actually armed robbery of the shellshocked.
Speaking of Chile, the Bush Administration has let it be known that if the Cancún meetings fail, it will simply barrel ahead with more bilateral free-trade deals, like the one just signed with Chile. Insignificant in economic terms, the deal’s real power is as a wedge : Already, Washington is using it to bully Brazil and Argentina into supporting the Free Trade Area of the Americas or risk being left behind.
Thirty years have passed since that other September 11, when Gen. Augusto Pinochet, with the help of the CIA, brought the free market to Chile "with blood and fire," as they say in Latin America. That terror is paying dividends to this day : The left never recovered, and Chile remains the most pliant country in the region, willing to do Washington’s bidding even as its neighbors reject neoliberalism at the ballot box and on the streets.
In August 1976, an article appeared in this magazine written by Orlando Letelier, former foreign affairs minister in Salvador Allende’s overthrown government. Letelier was frustrated with an international community that professed horror at Pinochet’s human rights abuses but supported his free-market policies, refusing to see "the brutal force required to achieve these goals. Repression for the majorities and ’economic freedom’ for small privileged groups are in Chile two sides of the same coin." Less than a month later, Letelier was killed by a car bomb in Washington, DC.
The greatest enemies of terror never lose sight of the economic interests served by violence, or the violence of capitalism itself. Letelier understood that. So did Rachel Corrie. As our movements converge in Cancún, so must we.