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Por Jorge Gómez Barata
Buenos Aires, 22 de enero de 2006
En el pasado Francia se vio envuelta en más guerras que victorias, incluso Napoleón su más reputado genio militar cosechó algunas de las más sonadas derrotas en toda la historia militar. El prestigio galo, más que por sus militares, fue construido por sus filósofos, científicos, sabios, lingüistas, ingenieros y artistas.
Después de la desastrosa experiencia de la II Guerra Mundial y de la Guerra en Argelia, la gran protagonista del siglo XVIII, parecía haberse curado de la tentación a la violencia y aunque nunca depuso las reticencias derivadas de nostalgias hegemónicas, terminó sumándose al proceso de integración europea, que supone la concertación política y excluye la violencia entre los Estados del Viejo Continente.
Hacía afuera, de cara al mundo subdesarrollado donde habitan los pobres y donde menudean los conflictos armados, aunque de cuando en vez enseñaba las uñas en sus antiguas colonias, sin deponer la arrogancia de una ex potencia venida a menos, Francia proyectaba una imagen de distante comprensión y, frente a la belicosidad de los Estados Unidos, sin las convicciones y la determinación que en su tiempo exhibió De Gaulle, al menos para las gradas, ejercía alguna resistencia.
Francia no se apresuró a sumarse al enfoque tremendista de los Estados Unidos en su guerra global contra el terrorismo, tomó prudente distancia de su agresividad frente a Irak y parecía inclinada a sumar méritos por buscar el centro del espectro político, asumiendo un papel de factor moderador frente a la belicosidad y las pretensiones hegemónicas norteamericanas y la incondicionalidad de Londres.
De pronto, en un instante sumamente critico cuando, junto con Londres y Alemania, Francia negocia con Irán el delicado asunto de la voluntad persa de desarrollar un programa nuclear con fines pacíficos, en lo que se ha definido como un relanzamiento de la doctrina nuclear francesa, al parecer dirigiéndose al propio Irán, Jacques Chirac, amenaza nada menos que con represalias nucleares.
Al asumir la opción de confrontar al terrorismo con el terror, sumándose al discurso de Estados Unidos y colocándose a la derecha de Bush, más que peligroso, el presidente francés suena bravucón.
Los imperios tienen mala memoria y tal vez Chirac olvidó que durante la II Guerra Mundial, Francia fue ocupada por los nazis sin combatir y que, liberada por los aliados, protagonizó el raro caso de convertirse en potencia vencedora por invitación.
Fueron las preocupaciones de Franklin D. Roosevelt por los equilibrios europeos frente a la Unión Soviética y no sus méritos bélicos los que le abrieron a Francia las puertas del Consejo de Seguridad de la ONU y del club atómico.
En el fondo, las vagas y ambiguas amenazas de Chirac que en los hechos, como miembro de la OTAN, carece de la autonomía para tomar iniciativas nucleares, suena más como un eructo que como un trueno.
Ojalá Francia pueda ser siempre apreciada por su buen gusto, sus perfumes y sus vinos, la afición a la buena mesa, las porcelanas, los manteles y los pañuelos y por aquellos magníficos ideales de Libertad, Igualdad y Fraternidad y no por los aprestos bélicos.