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22 février 2003

El comercio y el fin de la pobreza del mundo

 

Por Jacobo Quintanilla

Como escribe el Premio Nobel de Economía Amartya Sen, la interacción global, más que el aislamiento, ha sido la base del progreso económico mundial. El comercio internacional es una fuente de riquezas sin precedentes pero también un mecanismo que siembra la desigualdad y perpetúa las estructuras de pobreza. En su retórica, los gobiernos de los países ricos insisten constantemente en su compromiso con la reducción de la pobreza. Pero cuando los países en desarrollo exportan a los mercados del Norte se encuentran por ejemplo, con barreras arancelarias cuatro veces superiores a las que encuentran los países ricos.

Esas barreras cuestan a los países en desarrollo 100.000 millones de dólares anuales, el doble de lo que reciben en concepto de ayuda. Si África, el sudeste asiático y América Latina vieran incrementada en un 1% respectivamente su participación en las exportaciones mundiales, el aumento resultante de sus ingresos podría liberar a 128 millones de personas del yugo de la pobreza.

Pero el problema fundamental es que esos países en desarrollo no participan en igualdad de condiciones en el mercado internacional y su comercio se limita a materias primas y productos básicos con un grado de elaboración muy bajo. En más de 50 países en desarrollo, más de la mitad de sus ingresos por exportaciones dependen de tres o menos materias primas. Los productos básicos representan el 70% de las exportaciones de los países menos adelantados y en algunos casos superan incluso el 98%. Por contra, tan sólo el 7,8% de esos productos básicos recibe una transformación que les otorga un valor adicional para la exportación.

Ante esta situación, la UNCTAD (Conferencia de Naciones Unidas para el Comercio y Desarrollo), señala la necesidad de políticas públicas activas para promover la diversificación de las exportaciones de los países en desarrollo dependientes casi exclusivamente del comercio de productos básicos. El documento presentado por su Comisión de Comercio de Bienes y Servicios y de Productos Básicos el pasado 27 de enero, aclara que la diversificación no debe entenderse como un intento de producir y exportar un conjunto variado de productos y servicios a cualquier costo, sino que su objetivo debe ser "convertir al sector de los productos básicos en un factor positivo que lleve a un círculo virtuoso de desarrollo".

El marco teórico parece pues incomparable, pero la práctica devuelve una realidad completamente diferente. Mientras el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM) o la Organización Mundial del Comercio (OMC) continúen alentando a los países pobres a liberalizar su comercio y a basar su crecimiento en las exportaciones en sus áreas de "ventaja comparativa" (uno o dos productos básicos), continuaremos viendo cómo una y otra vez se repiten los mismos errores del pasado que perpetúan la situación del futuro. Así se demostró con la inundación de los mercados con café y otras materias primas agrícolas, que provocó que los precios del café cayeran un 70% desde 1997, lo que ha costado a los países exportadores 8.000 millones de dólares.

En esta reunión de la UNCTAD la mayoría de los participantes atribuyó las penurias de los países exportadores de productos básicos a las distorsiones causadas por las subvenciones que otorgan las naciones industrializadas -EE.UU. y la Unión Europea fundamentalmente -, a las materias primas agrícolas.

Estos subsidios a la exportación de los países ricos empujan a la baja los precios para los exportadores de los países en desarrollo que no reciben subsidios y que incluso no pueden competir en su propio mercado nacional. Así está ocurriendo por ejemplo con el arroz en Haití o la leche en Jamaica, que no pueden competir con los mismos productos extranjeros fuertemente subvencionados, y que provocan la caída del precio de los productos locales con efectos devastadores para las economías nacionales y familiares de estos países.

Para estos países, el acceso a mercados más amplios y en mejores condiciones competitivas sólo puede alcanzarse a través de la inversión en I+D (investigación y desarrollo) que a la larga va a generar nuevos incentivos para al inversión extranjera directa, crecimiento económico y empleo. Como consecuencia, muchos gobiernos de países en desarrollo han aplicado una política de "puertas abiertas" para la inversión extranjera impulsados por los gobiernos del Norte y por las instituciones financieras. Pero en muchas ocasiones, los altos niveles de repatriación de beneficios o la evasión de impuestos no dejan notar en esos países los beneficios económicos de esas inversiones. Después sólo queda un país demasiado abierto y liberalizado, indefenso ante las oscilaciones de los mercados internacionales y expoliado por las multinacionales.

Como vemos, los beneficios del comercio globalizado han alcanzado a unos pero no a otros a pesar de que sería posible un reparto más justo y equitativo. Posible, con unos cambios institucionales y unas reformas políticas que alteren de forma radical los niveles imperantes de desigualdad y pobreza, sin necesidad de hundir, sólo transformar, el modelo de mercado actual.

El embajador de Uganda, Nathan Irumba, decía en Ginebra el pasado mes de abril, "nosotros sólo pedimos reglas justas que tengan en cuenta nuestras necesidades de desarrollo y que nos permitan participar plenamente en el sistema de comercio". Como casi siempre, el concepto clave es la justicia.

El potencial del comercio para reducir la pobreza no puede desarrollarse a menos que los países pobres tengan acceso en igualdad de condiciones a los mercados de los países ricos. Cuando éstos dejan a los pobres fuera de sus mercados, la puerta de salida para escapar de la pobreza queda aún más lejos.

Jacobo Quintanilla es periodista
Agencia de Información Solidaria
jacoboquintanilla@hotmail.com

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