Portada del sitio > Los Primos > Venezuela > De que habla hoy la "contra neoliberal norteamericana" sobre Venezuela.
Los invitamos a leer lo que esta digna representante del pensamiento oficial del Gobierno de Estados Unidos publica en Foreign Affaris. "La revista" de política exterior, la biblia del neoliberalismo más prestigiosa del mundo, que le dedicó un reciente artículo a la crisis de Venezuela. Conviene leerlo para tener en claro de qué se está hablando hoy en Caracas del lado de la "contra". El ensayo se tituló: La Embestida Quijotesca de Hugo Chávez.
...en el alma me pesa de haber tomado
este ejercicio de caballero andante
en edad tan detestable como es esta
en que ahora vivimos;
porque aunque a mí ningún peligro me pone miedo,
todavía me pone recelo pensar
si la pólvora y el estaño me han de quitar
la ocasión de hacerme famoso y conocido...
Miguel de Cervantes
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
Por Janet Kelly (*)
Cuando Hugo Chávez llegó a la presidencia a principios de 1999, todo visitante comentaba la nueva y preocupante polarización política en Venezuela, país conocido por su capacidad tradicional de negociar sus diferencias. Casi todos los venezolanos se definían como chavistas o antichavistas, y hasta las posiciones intermedias giraban en torno a un solo eje político.
Quienes se preciaban de moderados se autodenominaban chavistas o antichavistas light, con lo que indicaban su reconocimiento del derecho que tiene "el otro" a existir. Los radicales, en cambio, pensaban que sus contrarios representaban una amenaza inaceptable para la convivencia democrática, criterio que por sí mismo la dificulta enormemente.
Tan es así, que este ensayo (que analiza los objetivos del gobierno de Hugo Chávez y su relevancia para la comunidad internacional) generará, por su mero título, críticas en ambos bandos. Por un lado, los chavistas negarán que su héroe tenga algo de Don Quijote, pues es un luchador que tiene los pies en la tierra y una visión acertada de la realidad. Por otro lado, los antichavistas encontrarán inaceptable la identificación de su enemigo con la figura más querida del imaginario hispano, símbolo de idealismo, valentía y caballerosidad.
Quienes están lejos de los conflictos que agitan Venezuela deberían formarse una visión desapasionada de lo transcurrido durante los casi cuatro años del gobierno de Chávez.
El ejercicio es de importancia para el continente americano en particular, porque el caso venezolano pone a prueba los valores compartidos en el hemisferio en asuntos tan polémicos como el significado de la Carta Democrática de la Organización de Estados Americanos (OEA) y el posicionamiento de los latinoamericanos frente a la globalización y el libre comercio en la región.
Chávez no divide sólo a los venezolanos: más allá de las fronteras de su país hay una tendencia generalizada a abrazarlo o a rechazarlo. Más importante aún, Chávez también abre una brecha entre los gobiernos americanos y una parte importante de sus ciudadanos menos privilegiados, a quienes este presidente locuaz habla con una voz que consideran suya. Para América, el trato con Chávez es la prueba de fuego que permitirá determinar si hemos aprendido a manejar nuestras diferencias en paz y con respeto por los principios de solidaridad, democracia y soberanía.
Del Origen de la Misión Extraordinaria de Hugo Chávez
Nacido en un pueblo llanero, Hugo Chávez siempre tuvo ideas grandiosas. En Sabaneta de Barinas, la meta inalcanzable de ser pelotero en las grandes ligas de béisbol fue uno de sus sueños.
Adolescente en los ’60, vivió también la efervescencia de la época, quizás inspirado en el radicalismo de su hermano mayor, Adán, ubicado ideológicamente a la izquierda de sus padres. Para llegar al mundo que estaba más allá de los llanos, Chávez escogió el ejército, donde encontrarían un lugar su talento para el béisbol, la acción y el verbo fácil.
En Venezuela, a principios de los ’70, la izquierda radical estaba en franco retroceso; los pequeños reductos de radicalismo tuvieron que idear nuevas estrategias y pensaron que la infiltración en las fuerzas armadas sería indispensable para llegar a alcanzar la victoria.
En esta línea estaban Adán Chávez, el veterano guerrillero Douglas Bravo y otros más, quienes trabajaban para establecer vínculos con el ejército. Hugo Chávez sería el enlace ideal. Vale la pena recordar el panorama político de entonces: la oposición a la Guerra de Vietnam había servido para aglutinar a la juventud rebelde de todo el mundo; el derrocamiento de Salvador Allende en Chile lo había colocado como víctima de la alianza entre el imperio estadounidense y la derecha latinoamericana, y en Venezuela la aparición de extraordinarias riquezas petroleras había ofrecido la oportunidad de que el país asumiera un liderazgo tercermundista, pues había recursos suficientes para vencer la pobreza, primero en casa y, a la larga, en otros lugares.
El joven Chávez y otros latinoamericanos de esa década querían un mundo donde las naciones pobres, tanto tiempo oprimidas por las injusticias del Norte, tuvieran cabida.
Hugo Chávez emprendió su carrera militar en ese momento crítico en que se reforzó el espíritu rebelde de los setenta. Por una parte, la doctrina de la seguridad nacional, de la que todo militar está imbuido, enseñaba un nuevo concepto que ampliaba la responsabilidad de las fuerzas armadas, pues planteaba que la seguridad dependía de muchos factores además de la defensa de las fronteras.
Fue un paso muy corto el que debió dar el militar para concluir que le correspondía arreglar los problemas de toda la sociedad y ser el verdadero garante de la soberanía y la defensa.
Además, en los setenta Chávez obtuvo prestigio y mejoró su autoestima, pues fue de los primeros oficiales que ostentaron la licenciatura en Ciencias Militares, y que de allí en adelante serían conscientes de su superioridad frente al generalato. Por supuesto, respecto de los civiles, compartía la opinión tradicional entre los oficiales: pensaba que eran personas carentes de la preparación, la disciplina y el conocimiento amplio que, supuestamente, distinguen a los militares.
Hugo Chávez es hijo de su época y producto de una mezcla peligrosa que conduciría al fallido golpe de Estado del 4 de febrero de 1992.
En 1982, con 28 años de edad, él y un grupo de oficiales amigos formaron el Movimiento Bolivariano Revolucionario 200, una confraternidad que para sellar su compromiso de salvar el país hizo un cursi juramento frente al simbólico Samán de Güere. Cuando la coyuntura pareció propicia, este grupo de tenientes coroneles intentó un golpe de Estado que culminó con casi todos sus integrantes en la cárcel.
Sin embargo, se transformó en símbolo del rechazo generalizado al sistema de partidos políticos que dominaba el país desde 1958 y a las reformas liberales introducidas por el entonces presidente Carlos Andrés Pérez. Hugo Chávez aprovechó el momento para convertirse en héroe televisivo y llamó a sus aliados a deponer las armas ("por ahora", como dijera proféticamente).
Chávez siempre proyectó la imagen de un hombre de ideas, aunque en realidad las suyas nunca rebasaron las nociones sencillas que recogió en el transcurso de su carrera: la preocupación por la pobreza y la injusticia, propia de la izquierda clásica; la creencia en la superioridad especial de los militares para trazar las estrategias nacionales; la desconfianza hacia los Estados Unidos; la economía liberal sin controles; las élites tradicionales venezolanas, y el sistema partidista que gobernaba el país.
Era un sistema de creencias primitivo y, a la vez, propio de muchos venezolanos que las compartían vagamente. La mayoría de sus convicciones eran de carácter negativo, pues sólo definían lo que no funcionaba, sin especificar el antídoto. Pero como era una persona con capacidad para expresarlas, estas ideas se transformaron en un poderoso mensaje en su campaña presidencial de 1998, para la cual también contó, por cierto, con los errores de los demás candidatos y de los anquilosados partidos políticos.
De los Amargos Razonamientos que Dieron Lugar a una Poderosa Oposición
¿Cómo perdió Chávez la magnífica oportunidad de llevar a cabo los cambios que aparentemente deseaba la gran mayoría de los venezolanos? Había una minoría significativa de casi 35% de la población que no aceptaba la oferta de cambios en 1998.
Este sector no se contagió del entusiasmo reinante, no se impresionó con un candidato que había tratado de derribar a un gobierno elegido mediante un golpe militar ni veía con agrado los apasionados discursos dirigidos a las masas; además, se sentía relativamente cómodo con la política tradicional, a pesar de sus reconocidos defectos; y finalmente, miraba con desconfianza un movimiento apoyado irrestrictamente por los grupos de izquierda que siempre habían querido acabar con el dominio de las élites formadas en la democracia.
Derrotados definitivamente en las urnas, los opositores decidieron otorgar el beneficio de la duda al flamante presidente y participar en el nuevo juego de la Constituyente, pero sus dudas iniciales se confirmaron al poco tiempo.
En las elecciones para la Asamblea Constituyente fueron nuevamente aplastados, cuando los representantes vinculados con el régimen consiguieron más de 90% de los escaños. No había manera de detener los desvíos constitucionales: inclusión de los militares en la política nacional, lagunas que daban lugar a abusos de autoridad presidencial, incumplibles promesas de costosos beneficios sociales y, para colmo, el cambio del nombre del país a República Bolivariana de Venezuela, por mero antojo del presidente.
A la oposición se sumó de manera institucional Fedecámaras, la federación de gremios empresariales que encabezó la campaña contra la nueva Constitución en el referéndum del 15 de diciembre de 1999. A Fedecámaras se aliaron implícitamente diversos medios privados de comunicación, entre ellos los dos periódicos de mayor tradición (El Nacional y El Universal), así como los canales privados de televisión.
Ante todo, los medios objetaron la amenaza potencial que se cernía sobre el artículo constitucional referido al derecho ciudadano a la "información veraz", pues pensaban que era el paso previo a restringir la libertad de expresión. Los empresarios y los medios no cuentan con votantes, pero manejan los hilos del dinero y las influencias.
En vez de seducirlos, el presidente Chávez asumió una actitud belicosa: comenzó a atacarlos en sus constantes intervenciones en televisión, convertidas en consumo obligatorio por su gran difusión "en cadena", y emitidas en general a la hora de mayor audiencia, por la noche, cuando el venezolano prefiere perderse en su telenovela favorita. (El disgusto de algunos televidentes seguramente fue haciendo que los partidarios de la oposición aumentaran.)
Una vez aprobada la Constitución en diciembre de 1999 y luego del breve interludio transcurrido hasta la elección de los diputados para la Asamblea Nacional a mediados de 2000, se suscitó una serie de conflictos de diversa índole.
El referéndum sobre la Constitución coincidió con el más grave desastre natural que Venezuela ha sufrido en su historia, cuando lluvias intermitentes causaron inundaciones y deslaves que ocasionaron la muerte de unas 15000 personas y la destrucción de buena parte de la costa central cercana a Caracas, la capital.
Las consecuencias políticas no se hicieron esperar: el rechazo intempestivo a la ayuda del cuerpo de ingenieros de Estados Unidos causó una fisura adicional en una relación ya difícil con ese país; la crítica a las violaciones de los derechos humanos por parte de fuerzas de seguridad del Estado condujo a la renuncia del director de la Disip (la Dirección de Seguridad e Inteligencia Policial, policía política dirigida por un amigo y fiel seguidor del presidente desde la jura del Samán de Güere); la "solución" de enviar a miles de damnificados al interior del país, en un gran experimento social digno de Pol Pot e ideado por el ministro de Planificación, asesor preferido del presidente, generó fuertes recelos, y finalmente, la crisis dio lugar a la primera gran muestra de incompetencia administrativa del gobierno, incapaz de iniciar un programa sensato de reconstrucción.
No menos conflictivos fueron los meses siguientes, cuando un gobierno ensoberbecido por su popularidad se las ingenió para llenar el Tribunal Supremo de amigos y colocar a sus más fieles seguidores en puestos clave, como la Fiscalía General de la Nación, la Contraloría y la Defensoría del Pueblo. En el año 2000 se convocó a elecciones, que nuevamente prometían un parlamento dominado por la coalición del partido de Chávez, el MVR o Movimiento Quinta República. Sin embargo, incluso los comicios estuvieron marcados por la incompetencia característica del régimen y debieron posponerse.
Acto seguido, el gobierno de Chávez inició otra pelea, esta vez con los padres de familia de los colegios privados, grupo que sí podría representar votos. Este sector de la sociedad civil protestó contra la supuesta intención del gobierno (siempre negada) de intervenir los colegios privados, en especial los católicos.
En este conflicto se originó la primera manifestación de un fenómeno característico del antichavismo: la movilización masiva de la "clase media", que marchó disciplinadamente y presentó su protesta frente al Ministerio de Educación. Los participantes de las primeras protestas se caracterizaron por sus buenas vestimentas, su piel blanca y por ser en su mayoría mujeres.
Con el tiempo, esta base social se ampliaría, especialmente al sumársele la voz de representantes eclesiásticos y el apoyo de los sindicatos. Una vez más, el presidente se negó a escuchar y arremetió contra la jerarquía de la Iglesia, la podrida cúpula sindical y los oligarcas que intentaban preservar sus privilegios. ¿Molinos de viento o monstruos peligrosos?
Chávez no pudo distinguir una cosa de otra. Empuñó su lanza y atacó sin tregua a quien se colocara en su camino.
Desde finales de 2000 la campaña contra Chávez se intensificó. Hubo un polémico referéndum en diciembre, cuyo propósito fue aprovechar el bajo prestigio de los sindicatos y crear un movimiento sindical vinculado al gobierno.
Para desgracia de Chávez, ya no le fue posible contar con el voto automático de la población, especialmente en una contienda cuestionada por la participación de todos los votantes en un asunto inherente al sindicalismo. La abstención ganó en forma abrumadora, lo cual minó la legitimidad de un proceso que organizaciones internacionales habían considerado indebido.
En lugar de desprestigiar a los sindicatos, el conflicto los convirtió en mártires; elecciones posteriores para la renovación de la dirigencia sindical complicaron aún más la situación cuando el Consejo Nacional Electoral se negó a confirmar al presidente de la Confederación de Trabajadores de Venezuela, Carlos Ortega. Ortega ya había adquirido notoriedad por haber logrado una de las primeras victorias de la oposición en un conflicto previo entre el gobierno y el poderoso sindicato petrolero. Ortega se transformaría en uno de los líderes opositores más destacados e indomables, y su autoridad aumentaría, irónicamente, al no ser reconocida por el gobierno.
Pero en la oposición faltó una pieza central: el sector militar. Si algo firme había en la cabeza de Chávez era su liga natural con las fuerzas armadas. Incluso había flirteado con las teorías de un oscuro argentino llamado Norberto Ceresole, cuyas ideas fascistas resaltaban el vínculo entre "caudillo, ejército y pueblo", en perfecta concordancia con el deseo del presidente Chávez de eliminar a los tradicionales intermediarios entre la élite política y las masas.
Por un buen tiempo, las fuerzas armadas venezolanas estuvieron encantadas con su nuevo papel. Estaban a cargo de diversos ministerios, desempeñaban funciones clave en la administración pública y además manejaban programas sociales de asistencia masiva a los pobres que, en un principio, tenían la peculiaridad de involucrar importantes transacciones en efectivo.
Sin embargo, uno a uno, los oficiales de alto rango comenzaron a mostrar su desilusión. El primero fue el general Raúl Salazar, ministro de Defensa, a quien le resultó extremadamente embarazoso el episodio en el que el presidente revirtió su solicitud de ayuda a Estados Unidos en ocasión del desastre de finales de 1999. Otros seguirían sus pasos, disgustados por la ambigüedad de la actitud gubernamental hacia la guerrilla colombiana, por la evidente corrupción de oficiales encargados de los programas sociales, por el alineamiento internacional sesgado hacia regímenes dictatoriales como el de Cuba, o por el supuesto presidencial de que las fuerzas armadas estaban al servicio de "su revolución".
Del Fatigado Fin y el Sorprendente Regreso del Gobierno de Chávez
A mediados de 2001, el debilitamiento del gobierno de Hugo Chávez no era todavía evidente, salvo en algunas encuestas de opinión pública que mostraban el progresivo declive de su popularidad. Siempre atrevido y seguro de sí mismo, Chávez se burló de las encuestas, que consideró maquinaciones de las élites que controlaban los resultados.
En un momento de ingeniosidad verbal, se refirió a la oposición como "los escuálidos", y dijo que eran una minoría privilegiada y oligárquica que no representaba al pueblo. Pero los últimos meses de 2001 cambiarían el cuadro político en forma contundente.
El 11 de septiembre afectó el entorno político venezolano de dos maneras. Por un lado, Chávez hizo declaraciones fuera de tono luego de los atentados, con lo cual reforzó el disgusto de quienes se oponían a su actitud antiestadounidense. Sus palabras de condolencia llegaron tarde y acompañadas de una advertencia contra la utilización de los métodos de terror para combatir el terrorismo, sobre un fondo de fotografías de niños muertos en Afganistán.
USA no tomó estos comentarios a la ligera, principalmente porque George W. Bush estaba exigiendo una guerra sin cuartel contra todo tipo de terroristas, incluida la guerrilla colombiana, que Chávez nunca quiso clasificar de "terrorista".
El 11 de septiembre también causó profundos estragos en la economía petrolera de Venezuela, debido a la caída de la demanda y los precios. Las sospechas sobre la estabilidad del ya sobrevaluado bolívar se convirtieron en realidad cuando en el tercer trimestre se desató una fuga sostenida de divisas, augurando una fuerte crisis si Venezuela no ajustaba su política monetaria, cambiaria y fiscal. Asesorado por el ministro Giordani, Chávez se negó a admitir este cambio estructural en la situación económica de fondo. Asumió el riesgo, y en febrero del año siguiente tuvo que enfrentar la crisis anunciada y separarse por fin de su ministro predilecto.
En noviembre el gobierno anunció, en vísperas del vencimiento de la Ley Habilitante, la publicación de 49 leyes-decreto. Como varias de éstas se habían preparado sin consultar a los sectores afectados, encendieron el ambiente político.
En especial, la Ley de Hidrocarburos puso en su contra a buena parte de la industria petrolera, privada y pública, debido a las reglas estrictas que limitaban la participación privada en los nuevos proyectos de expansión del petróleo y de una tasa impositiva mínima que acababa con la posibilidad de desarrollar ciertos proyectos. Los venezolanos no eran los únicos preocupados por estos asuntos, también las grandes empresas internacionales de energéticos se sentían decepcionadas.
La Ley de Tierras logró galvanizar la resistencia de los grandes ganaderos y terratenientes, poderosos grupos vinculados con Fedecámaras, que ya había denunciado las intenciones gubernamentales de cercenar el derecho de propiedad.
El resultado directo de las leyes de la Habilitante fue el paro cívico nacional del 10 de diciembre. De repente, "los escuálidos" se habían convertido en mayoría. Chávez trató de burlarse de su supuesto éxito aduciendo que se trataba de un paro empresarial que impedía trabajar a los obreros y empleados. Pero algo importante había pasado, y por primera vez se podía vislumbrar que Chávez ya no era dueño de la mayoría del país.
Si quedaba alguna duda sobre el fortalecimiento de la oposición, ésta se esfumó el 23 de enero de 2002, cuando una gran masa de gente se movilizó para festejar la fecha simbólica más importante que conmemora la derrota de la dictadura y la instauración de la democracia en 1958.
Cuán grande habrá sido la sorpresa y el desagrado de Chávez al descubrir que había centenares de miles de trabajadores dispuestos a marchar ese día. Entonces Chávez buscó contrariar las tendencias con manifestaciones a su favor.
Su celebración independiente del 23 de enero lo hizo ver como un hipócrita ante los ojos de la oposición: Chávez siempre había despreciado el golpe democrático de 1958 ¡y ahora lo celebraba! La oposición respondió con un día de luto activo en la fecha del golpe de 1992, vistiendo de negro mientras Chávez festejaba con su gente. El ambiente de ese enero se vio enturbiado además por un ataque a las puertas del periódico opositor, El Nacional.
El atentado a éste y otros medios fue condenado en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA, donde se dio lugar a medidas cautelares para proteger los medios amenazados. Poco después, el poderoso ministro del Interior, Luis Miquilena, abandonó el gobierno, llevándose consigo a varios diputados y, se especulaba, a algunos integrantes del Tribunal Supremo de Justicia, cuerpo clave en cualquier posible juicio contra el presidente o sus partidarios. (En agosto de 2002 este tribunal sería foco de violentas protestas, al hacer caso omiso de la acusación de la Fiscalía contra cuatro militares por el delito de "rebelión" contra el régimen durante los acontecimientos de abril de ese año.)
¿Quién estaba tras de los ataques contra los medios de comunicación? ¿Chávez embestía de nuevo contra los molinos? ¿O es que ya había perdido el control de sus seguidores? Era de público conocimiento que el gobierno estaba apoyando con recursos públicos la creación de grupos de apoyo (los llamados Círculos Bolivarianos). Lo que estaba menos claro era el grado en que auspiciaba su entrenamiento paramilitar y su equipamiento con armas, como repetidamente denunciaban los opositores y susurraban los analistas políticos, que escuchaban toda clase de rumores.
Es un hecho que el propio vicepresidente y otros altos personajes del gobierno apoyaron a un grupo de rebeldes universitarios que intentaron, infructuosamente, tomar las instalaciones de las autoridades de la Universidad Central de Venezuela. Es un hecho también que Chávez alabó a una enérgica defensora de su gobierno detenida en la secuela de estos acontecimientos.
Aunque parezca increíble, en medio de tanto conflicto y debilitamiento político, el presidente Chávez radicalizó su trato con la oposición. No sólo había irritado a la principal industria de Venezuela con la Ley de Hidrocarburos, sino que despidió al presidente de Petróleos de Venezuela (PDVSA), el general Guaicaipuro Lameda, por sus críticas a la legislación.
Y para remplazarlo, Chávez no tuvo mejor ocurrencia que ignorar la tradición según la cual se nombraba a personas destacadas en la industria e impuso a un presidente y directorio ajenos al área. Pequeñas protestas organizadas por el cuerpo ejecutivo de la empresa pública ganaban fuerza. Nadie dudaba de su poder potencial de derrumbar la economía y, por ende, el gobierno.
Durante los dos meses anteriores al 11 de abril de 2002, los empresarios lograron forjar una gran alianza de oposición -empresarios, sindicatos y sociedad civil- y acordaron un paro nacional en apoyo a la industria. El paro empezó el 9 de abril y se extendió hasta el 11, día para el que se había convocado una marcha multitudinaria que culminaría en la sede de la corporación petrolera. Como se sentían imbatibles, los líderes de la marcha, en particular el presidente de Fedecámaras, Pedro Carmona, y el presidente de la Confederación de Trabajadores de Venezuela (CTV), Carlos Ortega, decidieron redirigir la marcha hacia el Palacio de Miraflores, sede del ejecutivo. La gente accedió.
Cuál fue el verdadero objetivo de dirigir un millón de personas a Miraflores? Quienes marchaban habrían dicho que esperaban la renuncia del presidente, quien ante la mera fuerza de la masa unificada en su contra se vería derrotado.
El gentío rebasó las capacidades de las fuerzas de seguridad, mientras el gobierno y sus adeptos se movilizaban para formar su propio cordón humano alrededor del palacio. La Guardia Nacional se emplazó para impedir la llegada de la marcha a Miraflores, y la Policía Metropolitana, controlada por el alcalde Alfredo Peña, acérrimo enemigo del presidente (tan acérrimo como sólo puede serlo un ex ministro del gobierno chavista), hizo lo que estaba a su alcance para evitar una confrontación, pero sin éxito, pues no hubo la menor coordinación con las fuerzas oficialistas.
Debido a las contradicciones entre los mismos militares y a ciertas inconsistencias en la narración de los hechos, en los meses siguientes no hubo respuesta clara a las siguientes preguntas, entre otras.
¿Quién lanzó los primeros tiros? ¿Hubo francotiradores en los techos? ¿Por qué ese día hubo un número similar de muertos chavistas y antichavistas? ¿Por qué el presidente se dispuso a transmitir un mensaje en cadena precisamente en el momento en que estallaba la violencia?
¿Por qué Chávez anunció el cierre de los medios de comunicación privados cuando no los había tocado durante tres años de gobierno? ¿Quiénes son los responsables de los tiroteos en que cayeron heridas unas 150 personas más?
¿Fueron sinceros los comandantes de las distintas fuerzas armadas al decir que, a fin de evitar mayor violencia, desobedecieron la orden presidencial de enviar las tropas regulares a la calle? ¿O habían decidido aprovechar el caos para llevar a cabo un golpe de Estado? ¿Chávez habría renunciado sin más trámite si se le hubiera garantizado su exilio en Cuba en lugar de demorar su salida del país?
¿Fue una decisión improvisada pedir a Pedro Carmona, presidente de Fedecámaras, que asumiera la presidencia ante el supuesto vacío de poder? ¿Por qué Carmona rompió con aliados importantes de la oposición y formó un gobierno sesgado, disolviendo la Asamblea Nacional y adjudicándose poderes dictatoriales durante el gobierno de transición, excluyendo así a los militares que se habían instalado en la presidencia? Y si todo había sido un invento del presidente para suprimir la marcha, ¿por qué el día anterior ya circulaba un borrador del decreto del gobierno de transición?
¿Qué pasó con la campaña de persecución casi inmediata contra los ministros de Chávez y sus seguidores durante el breve interregno de Carmona? ¿Por qué no se intentó controlar los saqueos ni los hechos que ocasionaron la muerte de otras 65 personas en los barrios populares de Caracas entre el 13 y el 14 de abril, hasta el regreso definitivo de Chávez al poder? ¿Hubo un golpe o hubo varios, cada uno con su propio propulsor y su propia dinámica?
El Tribunal Supremo decidió que no había pruebas suficientes para caracterizar lo ocurrido como un acto de rebelión militar por parte de quienes habían sacado a Chávez de la presidencia sólo para restaurarlo dos días después, en vista de que su sucesor había tomado un giro donde la democracia estaba ausente.
Reflexiones para el Resto del Hemisferio, y Algunas Preguntas
El 11 de abril dejó como secuela un país traumatizado por sus conflictos y totalmente polarizado en torno a Hugo Chávez. Las naciones del hemisferio, cuyos representantes estaban reunidos en la OEA justo en el momento del golpe, condenaron inmediatamente la interrupción del orden constitucional, aunque su llamado inicial a la normalización de la institucionalidad supuso la organización de elecciones y no el regreso del presidente.
USA titubeó antes de unirse a la posición regional y fue duramente criticado por sus dudas, que fortalecieron la hipótesis de que el gobierno de ese país había apoyado, explícita o implícitamente, las acciones destinadas a derrocar al presidente. El senador Christopher Dodd, adversario político del secretario adjunto para el Hemisferio Occidental, Otto Reich, solicitó una investigación al respecto, sin que ésta arrojara resultados condenatorios para el gobierno de Bush.
El secretario general de la OEA, César Gaviria, visitó Venezuela inmediatamente después del regreso de Chávez al poder y constató el alto nivel de conflicto, las denuncias contra su gobierno por su menosprecio de los derechos humanos de los periodistas y otras fallas democráticas.
En su retorno a tierra firme, Chávez reconoció sus muchos errores, entre los cuales destacó sus ataques personalizados a individuos de laoposición.Prometió enmendar sus actuaciones en el futuro, aceptar cambios en las leyes de la Habilitante, renovar sugabinete, nombrar nuevos directores en PDVSA y hacer un mejor trabajo para gobernar a todos los venezolanos.
Pero dijo que no abandonaría su "revolución pacífica", para disgusto de su siempre intransigente oposición. Gaviria ofreció el apoyo de la OEA en el proceso de conciliación e invitó al gobierno a iniciar un diálogo con la oposición, especialmente para reabrir canales de comunicación fracturados por largo tiempo.
El presidente creó una Comisión Presidencial para Promover y Coordinar el Diálogo Nacional, pero se resistió a aceptar la ayuda de la OEA en el proceso. Los líderes más destacados de la oposición declinaron las invitaciones. Cuando el gobierno invitó al ex presidente Jimmy Carter para que interviniera, la oposición tampoco quiso acudir a reunirse con Chávez.
Posteriormente, Carter regresaría a Venezuela en compañía de representantes de la ONU y de la OEA, quienes solicitaron una aceptación formal del diálogo por parte tanto del gobierno como de la oposición, unida ahora en la Coordinadora Democrática. Pero el conflicto no daba señales de haberse apaciguado; al contrario, Caracas se convirtió en el foco de pequeños disturbios cotidianos que amenazaban en convertirse en estallidos más violentos.
El 11 de julio la oposición llevó a cabo otra marcha multitudinaria, esta vez con la salvaguarda de un acuerdo previo con el gobierno para evitar más violencia. Al mismo tiempo, la capital recibió la visita de múltiples organizaciones internacionales interesadas en promover el esclarecimiento de los hechos y a la búsqueda de salidas democráticas. Estas presiones internacionales contribuyeron a que la oposición aceptara dialogar con un gobierno que considera infiel a sus promesas y comprometido con un modelo caduco de rechazo a la globalización, el liberalismo económico y la democracia representativa.
La presencia internacional actuó como freno para que el gobierno no violara los derechos humanos que tanto defendía de palabra. También mantuvo bajo control a las fuerzas radicales de la oposición, que seguían llamando a la desobediencia civil y al derecho a la rebelión como estrategias válidas contra un gobierno tildado de asesino e ilegítimo.
Pero el equilibrio era frágil y los resultados no estaban a la vista. Lo que hizo Venezuela fue ganar tiempo; la posibilidad de organizar un referéndum revocatorio para que los votantes decidieran definitivamente el destino del régimen ya no parecía lejana. Según la Constitución, ese referéndum podría celebrarse a partir de mediados de agosto de 2003. Aun así, la oposición buscaba una salida más rápida y tenía la fuerza para parar el país de nuevo, obligando una vez más a la renuncia del presidente.
Mientras tanto, múltiples problemas intensificaron los conflictos alrededor del eje Chávez. El caso de los militares acusados de rebelión mantuvo en tensión al Tribunal Supremo de Justicia, que recibió presiones de manifestantes de los dos bandos hasta la decisión definitiva que exculpó a los altos oficiales. El mismo tribunal tenía en su haber unas 10 denuncias contra el presidente, cualquiera de las cuales podría desatar una crisis constitucional, sea cual fuere la decisión que tomara.
¿Cuál sería el papel idóneo de las organizaciones internacionales y los gobiernos de la región ante un régimen debilitado y una Constitución amenazada? ¿Hasta qué punto deberían tomarse en cuenta las fallas de un gobierno elegido, aunque cada vez más impopular? ¿Es válido tomar posiciones desde fuera en una lucha por el poder que enfrenta al gobierno y la oposición?
¿La oposición debe someterse a normas de comportamiento democrático, así como los gobiernos a las exigencias de la Carta Democrática? ¿Cuál es el peligro de que las instancias multilaterales alienten conductas perversas en los ciudadanos que acuden a tribunales y comisiones internacionales para dirimir sus conflictos internos? ¿Hasta qué punto las violaciones de los derechos humanos o de la Carta Democrática se definen como transgresiones que merecen la exclusión de la OEA de un país? ¿Cómo debería actuar la OEA en el caso de un segundo derrocamiento de Chávez? El objetivo primordial es utilizar el gran poder de la opinión pública internacional para asegurar que las instancias nacionales actúen de acuerdo con los valores compartidos por la comunidad interamericana.
Las crisis de gobernabilidad en América Latina plantean para los actores externos dilemas que exigen un alto grado de sutileza, como bien demuestra el caso venezolano. Un presidente tiene que convencerse de que los dragones no son sino molinos de viento y que puede vivir pacíficamente con ellos. Y para que esto ocurra, el consejo de los pares (es decir, de los demás presidentes de la región) puede ejercer una influencia determinante.
Como Don Quijote, Chávez se resistía al consejo realista y era propenso a meterse en líos, a riesgo de que le quitaran su espada antes de tiempo. Por otra parte, la oposición venezolana se resistía a reconocer que la comunidad internacional sólo aceptaría el uso de medios democráticos para hacer valer sus justos reclamos contra el gobierno. Algunos calculaban que ante un hecho consumado el resto de los países no tendría más que una opción: ofrecer su apoyo para que la transición condujera al restablecimiento de la democracia.
Si bien la asistencia a las transiciones democráticas después de periodos de dictadura o guerra civil tiene una importante tradición en América Latina, la consolidación de la democracia plantea nuevos retos, pues las líneas que separan a las partes no son tan nítidas y los problemas de gobernabilidad son esencialmente nacionales. La asistencia externa a Venezuela para la negociación de salidas democráticas a su crisis de gobernabilidad es un experimento importante, que constituye una nueva etapa en las relaciones hemisféricas. Su desenlace será un indicador de la capacidad del sistema interamericano de mejorar la calidad de la democracia en la región.
(*) Foreign Affairs, Washington DC, USA.
Janet Kelly es doctora en Relaciones Internacionales por la Johns Hopkins School of Advanced International Studies, y profesora de Economía Política en el Instituto de Estudios Superiores de Administración de Caracas, Venezuela. Publicó, en coautoría con Carlos Romero, The United States and Venezuela: Rethinking a Relationship (Routledge, Nueva York, 2002).