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Por José Vidal-Beneyto
Todos sabemos y hemos aceptado, incluso los que piensan que el
capitalismo no es la solución, que el mercado es, a principios del
siglo XXI, un dispositivo esencial de la vida económica y el ejemplo
chino nos lo ha recordado. Por eso, hasta que seamos capaces de
sustituirlo -y la emergencia del concepto y de la realidad de una
economía plural parecen abrir la vía para ello- o de transformarlo
radicalmente, de lo que se trata es de limitar su vigencia a los
intercambios que tienen lugar en el espacio económico, evitando que
invada los otros ámbitos de la sociedad. De lo que se trata es de
impedir que la economía de mercado conduzca inexorablemente a la
sociedad de mercado, y con ella, a la total mercantilización de todos
los procesos y actividades humanas. Todo mercancía, desde los más
elaborados productos tecnológicos hasta los órganos de los seres
vivos, humanos incluidos, pasando por nuestros sentimientos más
íntimos, todo vendido y comprado en el mercado social. La reacción
frente a esta situación comienza a manifestarse en la aparición de una
serie de movimientos de resistencia, cuya expresión más notoria la
asume el altermundismo y sus diversas plataformas de encuentro. Entre
ellas, el Foro Social Mundial, cuya tercera edición tendrá lugar en el
Porto Alegre del 22 al 28 de este mes.
De todas las acciones de resistencia, la más urgente e imperativa
corresponde al mundo de la cultura, por haber sido el más gravemente
agredido por el trapicheo mercantil en un contexto oligopolizado,
mundializado y sometido además a la lógica de la cultura mediática de
masa. Decir cultura es apostar por la autonomía del creador, por la
diversidad de los contenidos, por la multiplicidad de los actores, por
la radicalidad de la innovación. ¿Cómo puede hacerse compatible todo
ello con las prácticas prevalentes en el actual mercado de la cultura ?
Porque la cuestión no es que los libros, las obras plásticas, los
filmes, las producciones musicales, los programas de televisión se
compren y se vendan, imponiéndose los que tienen más éxito y
condenando los demás a la inexistencia, la cuestión es que hoy sólo
importa el éxito económico y ése se prepara y se produce, con
independencia no ya del valor de las obras, sino de la preferencia de
los públicos, ya que éstos se construyen mediante una estrategia
concertada de polarizar la oferta en torno de un número muy limitado
de productos -hoy no hay obras artísticas, sino productos de mercado,
objetos marketing-, de concentrar en ellos una publicidad masiva y de
poner a su disposición un sistema de distribución agresivo, dirigido
no por especialistas culturales, sino por expertos en gestión
empresarial. Pues el oligopolio en la distribución es aún más
determinante que en la producción. El número de librerías en Francia
ha disminuido en los últimos 40 años en más del 60%, y el número de
tiendas de discos, en casi el 80% (de 800 en 1990 a menos de 150 hoy),
todo en beneficio de los grandes grupos. No es, pues, de extrañar que
Lagardère tenga en sus manos la venta de más del 80% de los libros que
se producen en Francia y que los grandes distribuidores musicales
(Sony, EMI, Warner, BMG, Universal, Virgin, etc.) decidan qué músicas
y qué músicos deben acceder a la condición de stars y cuáles deben
hundirse en el anonimato y la miseria. De la misma manera, la
estructura de la distribución de filmes hace y deshace triunfos y
prestigios. De los 5.000 cines disponibles en Francia, 3.500, es
decir, el 70%, se reservaron a cuatro películas, estadounidenses por
más señas, desde el 20 de noviembre al 18 de diciembre. Claro que hay
algunas luminosas excepciones y que de pronto un libro o un filme
rompe el cerco de silencio y se imponen. Pero son eso, excepciones. Lo
que cuenta, quienes mandan son los Berlusconi, los Lagardère, los
Murdock, los Endemol. Este último ha logrado colocar en el mundo más
de 15.000 horas de programas en 2002, que han sido vistas por más de
250 millones de personas. Estamos en la mundialización-basura. La
resistencia cultural es el único medio de supervivencia de la cultura.
Fuente : EL PAÍS <http://www.elpais.es/>