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28 décembre 2005

Acabar con la pobreza.
Cuento de Eduardo Pérsico.

 

 ... es el divino mandato que tenemos en esta gloriosa hora - siguió así la presentadora del Especialista Explicador de la Realidad que llegara a nuestro pueblo, cada día más lleno de miserables. Y el visitante era un eminente diplomado en institutos del Primer Mundo como Francia, Estados Unidos y la Gran Bretaña, más otras universidades alemanas de nombre más difícil.

 Señoras y señores, este verdadero genio de la Ciencia Económica y Política nos explicará cualquier duda que tengamos sobre cómo acabar con los pobres - completó la sugestiva mujer.

Entonces el hombre de buena estatura y cabello claro se hizo cargo y simpatizó pidiendo no ser interrumpido, reiteró ser Graduado en Economía Absoluta más titular de otros varios diplomas de Explicador Oficial en la lucha contra la miseria, tan desagradable, y como la mayoría estábamos ahí con ánimo de recibir le dimos atención. Y siguiendo con la clase magistral el hombre anotó en el pizarrón "la pérdida de algunos valores tradicionales ocasionó la actual confusión de la humanidad". Una inscripción que enseguida aprobó un señor gordo vestido con sotana, - que alguien murmuró era el Obispo Mayor de toda la región- con un gesto que alentó más al Graduado en Explicaciones.

 Es que a veces no sabemos quién manda - agregó el disertante ya mirando con fijeza a una pareja con tres chicos sentados en la última fila de bancos, que ahí mismo empezaron a irse. Hicieron bien, porque tras ellos salieron otros mal vestidos, los demás recibimos un soplo de tranquilidad y el mismo obispo sonrió.

 Mejor así, en definitiva no entenderían la cuestión - escuchamos y el hombre siguió desarrollando su proyecto sin la molesta mirada de gente confundida. Y vigorosamente nos inculcó que rehacer el mundo exige no entorpecer el éxito de los eficaces.

 Esa ley es inapelable y única verdad de peso, ya se sabe - subió el tono- no habrá complejos de culpa que lleven ayuda al prójimo ni piedad chabacana que nos impida avanzar a los mejores de la especie.

En ese párrafo el hombre bebió un vaso de agua y descansó, en tanto el último grupo de hambrientos ocultos en el aula empezó a salir apuradamente. Una mujer con zapatillas deshilachadas escondió la vista y sólo el chico menor nos sonrió ; cosas de chico. Y al alejarse esos tipos los abucheamos con normalidad y el Gran Explicador habló del lastre que resultan los perdedores en toda empresa humana.

 ¿Y es justo fracasar por culpa de los inferiores ?- se preguntó-. Todos deben saber que ningún Dios bendice la ordinariez que ambula por las estaciones ferroviarias ni a esos inconscientes que se acoplan entre los yuyos, sin guardar el recato, siquiera, de evitar la cría. Cada día nuestros religiosos dicen y repiten que Dios no quiere más miserables en el mundo, y el momento de lograr semejante dicha ha llegado, queridos hermanos. Entonces, salvemos a nuestra especie acabando con la pobreza de una vez por todas.

Ese Explicador que nos mandaron al pueblo resultó brillante ; al fin escribió la última frase en el pizarrón, desechó una duda insustancial de alguien y al hacernos repetir en voz alta "salvemos a nuestra especie" sentimos la novedosa sensualidad de pertenecer a los que triunfan. En verdad, mirando al mundo desde su lugar disfrutamos el bienestar que sentiría el Graduado en su misma infancia ; y en esta hora gloriosa aquí estamos nosotros, los mejores, esperando que nos traigan las carabinas antes del amanecer.


* Eduardo Pérsico, narrador y ensayista, publicó libros de cuentos, seis novelas, algún poemario y la tesis "Lunfardo en el Tango y la Poética Popular". Nació en Banfield y vive en Lanús, Buenos Aires, Argentina.


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