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4 de diciembre de 2004

3 de diciembre de 1824
Batalla de Corpahuaico

 

Es casi desconocido que en una profunda quebrada de Los Andes, en el Perú, el 3 de diciembre de 1824, el general Antonio José de Sucre libró un similar y espectacular combate.

Se ejecutaba la que sería la última campaña contra el colonialismo español en América del Sur; las fuerzas españolas y patriotas se movían sobre la cordillera, buscando la oportunidad de un encuentro ventajoso para propinarle un golpe demoledor al enemigo.

Sucre necesitaba acceder a zonas mejor abastecidas y la jornada del próximo día sería peligrosa: había que cruzar la áspera y estrecha quebrada de Corpahuaico.

Los realistas, que le iban a la zaga, advirtieron el rumbo patriota y en la noche, el Virrey, cuyo enorme ejército era hábil en las montañas, ordenó una marcha a casi la mitad de sus efectivos para emboscar en el desfiladero a los americanos.

Al amanecer, comenzado su desplazamiento, la situación del Ejército Unido de la Revolución se volvió harto comprometida: no podía contramarchar, pues tenía el grueso del enemigo a la espalda, y era suicida detenerse en medio del camino en una posición insostenible y sin vituallas: se imponía proseguir y arrostrar el peligro por grande que fuese.

Dispuesto a todo, Sucre envió exploradores al paso de Corpahuaico pero estos no volvieron, lo cual fue índice de la presencia ibérica.

Entonces toma la resolución de salvar el valladar, con impetuosidad se puso a la cabeza del Ejército, émulo de Bonaparte en el puente de Arcole, y comenzó en aquel lance supremo; era una operación insólita, audaz y fascinadora.

Bajó a la quebrada cubierta de bosques; sabía que entre los barrancos escarpados, su Ejército se comprometía en desventajosa lid, de la cual solo saldría a base de serenidad y valor.

Con el sable desenvainado, semejante a un alud, pasó al frente de la División del general José María Córdoba. Recibieron algunas descargas pero llegaron incólumes a unas lomas donde Sucre distribuyó con la velocidad del rayo compañías de cazadores para hostigar a los emboscados y resguardar el paso de sus valientes.

Le seguía la División del Perú, que fue bruscamente atacada. Su jefe, el general La Mar, mantuvo el orden de marcha pese al aluvión de balas y, cubierto por el fuego de los cazadores, alcanzó la orilla opuesta de la quebrada, llevándose incluso a los heridos.

Los españoles, sorprendidos de la audacia y determinación rival, y viendo que se les escapaba la presa, fieles a sus tradiciones guerreras, se lanzan en un ataque desesperado. La combativa División de Valdez se atravesó en quebrada de Corpahauico para partir en dos el ejército de Sucre.

La batalla se generalizó: el sitio era un volcán de proyectiles, polvo y humo; los españoles intentaron incluso tomar las posiciones de Sucre al norte del barranco pero fueron repelidos por Córdoba y La Mar, que a la vez contuvieron la embestida realista contra la tercera División patriota.

El general de este Cuerpo de retaguardia era el impertérrito Jacinto Lara, al que también se subordinaba la Caballería del general Miller, cuya vanguardia se desvió a la derecha buscando con brío otra salida.

Descubren un paso más abajo, casi impracticable, pero suficiente para que el denodado Lara decidiera enviar la División entera con la impedimenta del Ejército en esa dirección.

El riesgo en esa jugada táctica parecía mortal bajo la tremenda presión de los españoles; en el instante de ser superados, interviene la magia de Sucre.

A una señal suya, el batallón Rifles entró a pelear por el paso principal en desventajosa posición, a pie firme; hizo frente a toda la armada peninsular, dio tiempo a que desfilase la caballería, el parque, el hospital y los cañones por el horrible precipicio y el valle de Chontá.

Sin dar paso atrás, los denodados soldados de Rifles sufrían el peso del empuje ibérico; a punto de ser arrollados, son reforzados por el batallón Vargas, mientras otra formación española se empeña en estorbar el cruce atacando desde la derecha, y Lara les lanzó la última reserva: el batallón Vencedor.

Entonces el combate se tornó terrible, despiadado; los contendientes, en derroche de coraje, no cedían peleando cuerpo a cuerpo, aún se batieron otras tres horas con estoicismo en aquella sublime operación de retaguardia.

Lara, impávido, sable al hombro, iba y venía para preservar el desplazamiento de la columna, en medio de las descargas se le oía mandando a estrechar filas y animar a los hombres. Soltó guerrillas de tiradores para proteger los flancos y ordenó recoger los heridos y las armas para no dejar trofeos al enemigo.

Al oscurecer, Lara completó la magistral retirada; cerrando la marcha, desafiante, opuso su pecho a las balas de los fatigados españoles, que chasqueados, decepcionados y con apreciables bajas, comenzaban a replegarse.

Mientras, la acometida División, tendidas las banderas, llevando heridos e impedimenta, trepaba cuestas y bajaba hondonadas con la soberbia majestad de una legión invicta. A las siete de la noche acampó a media legua del Cuartel General Libertador. Estaban a salvo: habían cumplido una brillante hazaña.

Las pérdidas patriotas fueron notables; en los breñales quedó parte del equipaje, varias cajas de balas y cinco piezas de artillería; el Rifles perdió la tercera parte de su dotación, incluido su segundo, el mayor Duxbury, leal amigo inglés de Colombia, caído peleando al arma blanca por la redención americana. En total 322 patriotas dejaron la vida en la acción.

La batalla de Corpahuaico, en que los revolucionarios sudamericanos estuvieron al borde de un desastre, fue una victoria táctica, se mantuvo la iniciativa estratégica. El virrey La Serna fracasó en el intento de dividir el Ejército Patriota, apoderarse de sus pertrechos y aniquilar la mitad de su fuerza combatiente.

Esa misma noche, Sucre abrazó a Lara delante de los extenuados y aguerridos protagonistas de las Termópilas del Nuevo Mundo. Tan grabada quedó en su mente la bizarría del General venezolano, que en 1825 le regaló la montura de oro que Bolívar le había otorgado a él en nombre de la ciudad de La Paz.

Enterado de la epopeya, el Libertador Simón Bolívar felicitó al Ejército, solicitó y obtuvo del Congreso una mención especial al batallón Rifles por heroísmo, y para su jefe, el coronel irlandés A. Sands, el grado de General.

Corpahuaico pertenece a los anales de las luchas por la independencia de América contra el colonialismo europeo. En los épicos Andes, se impuso una vez más el valor de los patriotas latinoamericanos.

Se demostró que, en azarosas situaciones, la razón de las ideas hace crecer a los líderes populares, capaces de llevar adelante con honor grandes designios.

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