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13 de agosto de 2003

12 millones de hectareas contaminadas en Argentina por las OGMs. de Monsanto

 

El caso argentino

El proceso de Globalización le impuso a la Argentina
en los años 90 un modelo de país productor de
transgénicos y exportador de forrajes. Las
consecuencias son ahora fáciles de advertir: inmensos
territorios vaciados de sus poblaciones rurales,
cientos de pueblos en estado de extinción,
cuatrocientos mil pequeños productores arruinados y
muchísimos más endeudados con los Bancos debido a la
incorporación de nuevos paquetes tecnológicos con
gran dependencia a insumos, semillas OGMs, herbicidas
de Monsanto y carísimas maquinarias de siembra
directa.

El mercado impuso las reglas impiadosas del
productivismo, y la principal de ellas fue la
necesidad creciente de disminuir costos para competir.
Los Fondos de Inversión aportaron durante esa década
los recursos financieros para la implementación de los
nuevos monocultivos de soja RR en una escala
gigantesca. La vieja oligarquía pastoril desapareció
en medio de la mayor transferencia histórica de
tierras de la pampa húmeda, para dar lugar en su mismo
nicho histórico a una nueva clase empresarial y
oligopòlica. La concentración de campos y la expulsión
de poblaciones sintetizaron el modelo neocolonial
impuesto por el proceso globalizador.

Los emigrados del campo conformaron nuevos e inmensos
cinturones de pobreza urbana, y descubrieron en la
ciudad el festival de las importaciones baratas en
simultáneo con el creciente desempleo producido por el
cierre masivo de las empresas industriales.

Un vasto plan de asistencialismo y de empleos basura
subsidiados por el Estado y cargados a la creciente
Deuda Externa, la distribución de raciones
alimentarias y un tejido férreo de control político en
las barriadas organizado por los aparatos políticos
mafiosos, contuvieron por años la creciente pobreza y
transformaron a muchas de las luchas sociales y
podríamos incluir en ella a la mayoría de los
movimientos piqueteros, en funcionales al sistema de
exacción y de control del territorio por las grandes
empresas.

El predominio de visiones urbanas sin arraigo cultural
y reverenciales de tecnologías y de modelos simiescos
del progreso en los países centrales, colaboró
asimismo de manera eficaz en mantener invisibles las
causas últimas de la creciente crisis: el rol que nos
fuera asignado de país exportador de commodities y
una agricultura sin agricultores subsidiada por
Monsanto para la producción masiva de transgénicos.

Pero la emergencia alimentaria y el desplome de la
clase política barrieron a partir de finales del 2001
con todas las construcciones de domesticación y
amenazaron con estallidos sociales descontrolados. De
hecho, en el nuevo modelo neocolonial impuesto en que
la soja ha desplazado a otros muchos cultivos
alimentarios, la Argentina no tiene ya la capacidad de
alimentar a su propia población. Los restos del Estado
en disolución se atrincheraron en el aparato represivo
pero aun así no lograron impedir que el movimiento
popular de protesta se manifestara con crecientes y
extendidas movilizaciones.

En medio de la catástrofe, cuando muchos desde las
posiciones de una izquierda premoderna creyeron ver en
los saqueos y en las manifestaciones populares las
condiciones prerrevolucionarias que anticipaban
cambios radicales, las empresas de Biotecnología y sus
personeros en el campo de la producción, de la ciencia
y en especial de los medios, imaginaron proyectos
asistencialistas planificados con criterios de
apagafuegos.

Nacieron así en los años 2001/2002 los planes de Soja Solidaria que se basaron en la donación por parte de los productores de un kilo de soja por Tonelada exportada y que propusieron a la soja como panacea capaz de reemplazar a todos los alimentos tradicionales ahora inhallables o fuera de la capacidad de compra de la mayoría de la población.

Para este Plan de Soja Solidaria la Cultura devino
en un obstáculo declarado que se hizo preciso remover
para que pudieran ser incorporados los nuevos hábitos
alimentarios que se nos proponían. Miles de cursos
rápidos de cocina formaron y continúan formando y
adoctrinando a los nuevos discípulos que predican en
las zonas castigadas por el hambre la buena nueva de
Monsanto y de Cargill: la soja forrajera y transgénica
como panacea alimentaria de los argentinos. Miles de
comedores para indigentes y especialmente escuelas y
merenderos infantiles son abastecidos con regulares
donaciones de soja. Una campaña ensordecedora aplasta
toda crítica y toda duda, mientras los gobiernos,
tanto como la oposición, los piqueteros radicalizados
al igual que las organizaciones religiosas como
CARITAS, incorporaban los nuevos hábitos
alimentarios. La Argentina se transformaba de esa
manera y definitivamente en país laboratorio.

A lo largo del 2002 y del 2003 las previsibles
consecuencias de la ingesta de soja develaron para
quienes quisieron verlo, el genocidio alimentario
llevado adelante por los grandes productores y
exportadores de Soja y alentado por las complicidades,
la ignorancia y la estupidez de buena parte de la
dirigencia política, así como por la indiferencia y la
visión estrecha del progresismo y gran parte de la
izquierda nativa que sigue considerando accesorio lo
que la gente come. Los hechos hoy dan razón a todas
esas anticipaciones y además las exceden. Más de dos
tercios de la población infantil argentina sufre de
anemias y carencias de hierro, sin embargo una buena
parte de ellos son alimentados con las mal llamadas
leches de soja que carecen de calcio y de hierro y que
inhiben la asimilación del calcio y del hierro de
otros alimentos. Los niños muertos por desnutrición
se extienden como estadística por la creciente
geografía de la indigencia argentina, acompañando a
los monocultivos y a la distribución de la soja como
nuevo alimento de una clientela cautiva por el
hambre. También se extienden la enfermedades y
malformaciones que acompañan a los nuevos hábitos
alimentarios: mamas generalizadas en varones y
hembras, hipotiroidismo a edades tempranas,
osteoporosis en adolescentes, pubertades anticipadas y
menarcas en niñas de siete y ocho años, inflamaciones
intestinales, crecientes alergias, anormalidades
inmunológicas y en el timo.

Vastas zonas de las provincias del interior no conocen otro alimento más que las sojas transgénicas. Los Gobiernos provinciales suelen ayudar a instalar las llamadas "vacas mecánicas", maquinarias donadas por los
exportadores que facilitan la cocción de la legumbre
mágica. Plantas procesadoras se instalan en diversos
sitios con inversiones millonarias en dólares para
producir leches y subproductos de la soja. La Iglesia
avala también estos proyectos sin mayor cautela y a
pesar de las advertencias del Vaticano frente a la
Biotecnología, y CARITAS, su organización social para
la distribución de ayuda y de comedores para pobres,
se suma entusiasta a la distribución de las sojas
OGMs. Una extendida penetración de las Transnacionales
en los medios periodísticos, en las Universidades y en
los círculos de investigación y de extensión, acalla
toda crítica y orquesta las generalizadas
complicidades. Las estadísticas del hambre y las
muertes por desnutrición, ocultan el verdadero rol de
las sojas de Monsanto y de Cargill. Esa
invisibilidad que alientan innumerables complicidades
protege la verdadera naturaleza "Matriz" de la
Republiqueta Sojera.

Mientras el mundo observaba el estallido del modelo
neoliberal en la Argentina y la creciente fuerza de
las movilizaciones populares que aspiraban a desplazar
a la dirigencia política corrupta, poco se advertía
como causa de la catástrofe el modelo de monocultivos
y. el rol impuesto a la Argentina de país exportador
de forrajes. Menos aún se visualizaba la
transformación de la Argentina en extraordinario país
laboratorio de la ingesta masiva de sojas
transgénicas. Esta invisibilidad de la dependencia
profunda a un rol asignado en el plano internacional,
no hacía sino reflejar las sesgadas miradas interiores
que ponían las mayores energías en denunciar las
iniquidades evidentes pero no el modelo que las
producía. Esta ceguera en sectores supuestamente
críticos no deja de sorprender y obliga a reflexionar
sobre el extraordinario retraso de buena parte del
pensamiento de izquierda, congelado en las luchas de
los años setenta y aún sin poder comprender su grado
de coresponsabilidad en los fracasos y en las derrotas
colectivas.

Hace 26 años comenzó en la Argentina con el golpe
militar y el Terrorismo de Estado un proceso de
genocidio, pero también un proceso de destrucción
cultural de la propia experiencia de varias
generaciones de argentinos, cuyas capacidades de
generar los propios discursos y de transmitir la
propia sabiduría, fueron abolidas brutalmente como
consecuencia del miedo y de la disolución social de la
Sociedad. Sin embargo, el vendaval social que barrió
al Gobierno de la Alianza en el 2001 hizo pedazos buena
parte de los mecanismos del miedo y de la sumisión. La
Argentina se transformó en un hervidero de luchas y de
proyectos sociales aunque en la mayor fragmentación,
de organización de los desempleados en los asentamientos, de asambleas en los barrios y de nuevos
espacios plurales que fueron imponiendo la
participación de los ciudadanos en la vida pública.
Aunque no somos ni seremos seguramente el país que
alguna vez fuimos y pese a que más de una generación
fue destrozada en los años de plomo, desapareció o fue
condenada al silencio y a la emigración, nació a
partir de aquellas jornadas de diciembre y del
cataclismo y la emergencia una Argentina diferente,
una Argentina cuyos rasgos son todavía una gran
incógnita por develarse.

La posterior y reciente derrota del proyecto neoliberal frente al ballotage constituye de por sí una gran esperanza de encontrar nuevos rumbos. El gobierno de Kirchner expresa sin lugar a dudas un nuevo estilo de conducir y una propuesta de recuperación de la dignidad y de la soberanía nacional. Es deseable que también signifique la capacidad de recuperar Políticas de Estado, y el que la Democracia delegativa pueda ser reemplazada por una democracia participativa y de mandatos. Mucho depende de lo que seamos capaces de construir en los próximos meses. Se abren nuevos espacios de juego limpio, que ahora pueden ser recuperados para la acción ciudadana y para los innumerables protagonismos de un país que aún carece de proyectos de conjunto, pero que canaliza su energía tumultuosa en miles de proyectos pequeños y locales.

En medio de la catástrofe nacen así esperanzas nuevas
y nuevos debates que tienen relación con los modos de
asumir la participación ciudadana. Nuestra emergencia
desesperada sigue siendo una frontera de la
Globalización y también de la crisis interna de la
mayor multinacional de las semillas. Si se cae el
modelo argentino de monocultivos de soja, es muy
posible que la crisis arrastre a la multinacional
Monsanto, si se cae Monsanto cambiarán seguramente las
relaciones del comercio mundial alimentario y en
especial el de las sojas que ellos monopolizan en más
de un 90%, quizá cambien también los paradigmas de la
producción agrícola en el mundo. Si se modificaran los
modelos agrícolas extensivos basados en los criterios
de la Revolución Verde y de la Revolución
Biotecnológica que hoy expresan un puñado de
transnacionales, la humanidad podría hallar una
esperanza de vida por encima de las terribles
acechanzas actuales del cambio climático y de la
destrucción de los recursos no renovables.

Todo el entramado del modelo de explotación en la
Argentina tiene bases frágiles y enormes
vulnerabilidades, el hambre como consecuencia de los
monocultivos, los impactos terribles de las
aerofumigaciones con Agrotóxicos sobre el suelo, la
biodiversidad y sobre las poblaciones, y además, el
infanticidio por ingesta de sojas. Si el nuevo
Gobierno del Presidente Kirchner, comprendiera que la
Argentina productiva que nos propone requiere el
correlato de espacios de Seguridad alimentaria…. Que
los nuevos recursos, los mercados y la recuperación de
ciudadanía común suramericana que nos ofrece la
reconstrucción del MERCOSUR, exige respaldar a la
pequeña empresa agropecuaria, a la producción de
semillas propias, el repoblamiento de los pueblos
muertos, el aliento de los mercados locales y las
Economías regionales…. Si comprende que los ataques de
parapoliciales a los campesinos del MOCASE no es un
folklorismo santiagueño sino una consecuencia de la
expansión explosiva de los monocultivos y que esos
ataques deben equipararse a los innumerables atentados
que sufren las urbanizaciones periféricas cercadas por
los monocultivos de soja, o a las aerofumigaciones que
liquidan a las colonias de autoconsumo tanto en la
Provincia de Córdoba, como en Formosa o en la propia
Buenos Aires…Entonces sí, si pudiéramos construir esa
nueva mirada de conjunto del país, se podrían
reagrupar en un gran Proyecto Nacional las energías
disponibles que ahora se esfuerzan por reencontrarse
consigo mismo.

Este modelo de producción de "commodities" nos fue
impuesto en los años 90 por las transnacionales para
obtener divisas con que pagar la Deuda. Si el
Presidente de los Argentinos se propone llevar a cabo
su afirmación de que la Deuda no se pagará con el
hambre y la miseria de nuestra gente, entonces habría
llegado la hora de hacer de la Soberanía Alimentaria y
del reordenamiento poblacional del territorio nacional
el nuevo programa de gobierno de una Argentina capaz
de revertir el estado de catástrofe.

Buenos Aires, 31 de julio de 2003

GRR. Grupo de Reflexión Rural
rtierra@infovia.com.ar
grupoderefleccionrural@hotmail.com
boletingrr@hispavista.com

Cortesía de Jorge Alberto Aguirre

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