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19 janvier 2014

México : ¿Qué estamos viviendo ?

par Guillermo Almeyra *

 

Una inaudita concentración de la riqueza ; el horror macabro de los asesinatos masivos y cotidianos ; la fuga incontenible de las zonas rurales hacia un destino inseguro de discriminación y desprotección social en un país extraño y hostil ; el apoderamiento de los bienes naturales y de los recursos productivos por corporaciones extranjeras ; el aumento de la corrupción en el uso de los puestos públicos como si fuesen botín de guerra ; la destrucción sistemática de las conquistas sociales y políticas de la Revolución Mexicana ; la continua restricción de los márgenes para la democracia, el ataque a fondo contra la sanidad, la educación, la protección a los trabajadores, indígenas, campesinos ; la militarización del país utilizando al Ejército como policía y corrompiéndolo, mientras el gobierno somete el país a la dominación abierta de Washington : esta es la cara siniestra de la moneda mexicana.

Pero está también la otra cara, la de la resistencia de masas que crece como ola de fondo, día a día. Pocas decenas de miles de indígenas zapatistas militarmente organizados, apoyados en un par de centenas de miles de otros indígenas-campesinos locales, resisten desde hace 20 años frente al Estado y crean los gérmenes de una organización local más democrática y no capitalista, aunque estén incluidos en el mercado y en el Estado capitalistas de los que tratan de separarse. Así, un poder popular local, de masas y asambleario, enfrenta desde hace décadas al poder del capital nacional y extranjero, y el semiestado nacional ha perdido en las zonas zapatistas el monopolio legítimo de la fuerza, si es que alguna vez lo tuvo.

Al mismo tiempo, a las fuerzas armadas del semiestado en descomposición no se le oponen sólo las bandas bien armadas del narcotráfico, que mueven decenas de miles de sicarios y de secuaces y están infiltradas en todos los niveles de ese semiestado. También aparecen las policías comunitarias y los grupos de autodefensa en todo el México central, particularmente en Michoacán, Guerrero y Oaxaca, allí donde hay comunidades campesinas y grupos indígenas que mantienen sus lazos comunales y solidarios. Estas organizaciones populares, brazos armados de sus comunidades, expresan también la decisión de construir desde abajo bases para otra relación social y política. Son decenas de miles de combatientes que se apoyan en asambleas, las cuales escogen y mantienen a quienes toman las armas en su defensa y compensan a las familias por los brazos perdidos en beneficios de todos, discuten qué hacer y hasta dónde ir, establecen un poder popular en las comunidades y una democracia basada en el fusil en manos de los trabajadores y en la justicia popular autoadministrada.

Estos grupos de hombres y mujeres armados, y no el aparato represivo del semiestado capitalista, son los que ejercen el monopolio de la violencia legítima y tejen una red de enlaces federativos que se extiende cotidianamente y que cuenta con un caluroso apoyo popular. Al mismo tiempo, y en otro nivel, aunque no en contacto estrecho con los grupos de autodefensa, se crean las bases organizativas y legales de la Organización Política de los Trabajadores (OPT) que agrupa a sindicatos y a formaciones de izquierda que buscan una salida política independiente del Estado a la crisis del capitalismo en el país y a la crisis de dominación que sufre la oligarquía en el poder. Igualmente, millones de personas se agrupan en Morena, tratando de preservar lo que queda de los derechos democráticos y esa fuerza, por ahora electoral, no es insensible a la resistencia indígena ni a la acción auto organizada de las comunidades con las que mantiene viejos lazos sociales y culturales y podría, si las cosas se precipitasen, saltar por sobre su actual esperanza electoral y legalista. Por último, sectores de la intelectualidad –maestros rurales, amplios grupos estudiantiles y jóvenes profesores– se incorporan por otra parte con sus luchas y con su actividad a este magma social en movimiento, que aún carece de un objetivo común explícito.

Por supuesto, los zapatistas no son anticapitalistas : buscan sólo reformar al México del capital y los narcos para que los indígenas puedan gozar de condiciones de igualdad con los demás oprimidos y mejorar algunas medidas y leyes. Las policías comunitarias, los grupos de autodefensa, defienden los derechos democráticos pisoteados y las vidas y derechos de los integrantes de sus comunidades y no pretenden abatir el sistema. Las luchas obreras son defensivas y no pretenden un cambio social, sino precisamente impedir cambios sociales para peor, hacia atrás. Son muy pocos los anticapitalistas y menos aún los autogestionarios y tienen todavía muy escasa audiencia. Pero las revoluciones no las preparan sólo los revolucionarios y menos aún las hacen sólo ellos. Las prepara e impone la acción salvaje de las clases dominantes, que niega toda posibilidad de reformas progresistas. En cuanto a los oprimidos, luchan por preservar las conquistas anteriores pero, para conservar hay que cambiar las cosas, las relaciones y las propias ideas, como demostraron los indígenas chiapanecos del EZLN en 1994, los indígenas ecuatorianos en 1990 y los bolivianos en la guerra del agua.

Lo importante es que hoy se mueven pueblos enteros y no detrás de líderes, sino creando dirigentes para cada acción y cada lucha. Es la auto organización, la creación de experiencias de poder local, la disputa al semiestado del monopolio de la violencia legítima. Es el aumento de la autoconfianza y de la creatividad social, que une elementos restantes de la vieja vida comunitaria en descomposición con métodos y objetivos propios de un nuevo poder democrático y popular. Por supuesto, nada nace puro y en los nuevos movimientos puede infiltrarse gente que quiere que otros le eliminen a su enemigo. Pero la vigilancia comunitaria puede reducir su impacto. Hoy estamos viendo nacer las bases de una nueva bola.

Guillermo Almeyra para La Jornada

La Jornada. México, 19 de enero de 2014.

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