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Dossier : « Plataformas, vigilancia y pospolítica en la cibersociedad. »
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La era de la coacción de la comunicación, del apriete sistémico de los dispositivos productores de la realidad virtual, está tocando la puerta de la democracia para indagar sobre la existencia de la política. Para saber si hay vida ahí. Si en los estrechos márgenes de la soberanía remanente del Estado queda algo en pie que haga posible la gubernamentalidad en términos democráticos.
Según el catedrático vasco Innerarity estamos en una era postpolítica ; en el tiempo de la democracia sin política. En ese vacío, lo político aparece como un territorio representacional para puestas en escena –oficiales y opositoras- o meros rituales simbólicos. Allí solo circulan emociones circunstanciales que ocultan más que lo que dicen, con proclamas voluntaristas y expresiones de deseos que se asemejan más a recetas discursivas que a una postulación orgánica o racional de la política.
En el mundo globalizado, lo político comparece generalmente bajo la forma de una movilización que apenas produce experiencias constructivas, se limita a « ritualizar ciertas contradicciones contra los que gobiernan, quienes a su vez reaccionan simulando dialogo y no haciendo nada » [1].
El problema es que el poder ya no está allí y se niega a ser visto. De allí la necesidad de interpelar una vez más a la política, con el afán de desafiarla a que sea expresión de una soberanía popular que requiere, o que está condicionada en alguna medida, a ponerle contenido en serio a la democracia. Para ello necesita, entre otras cosas la desconexión o el reseteo de buena parte de los ciudadanos, resignados al manoseo mediático y la manipulación digital de sus emociones.
Ha quedado lejos la paparruchada epistémica de los promotores del ―ser digital, que ofrecían la ventura eterna en un mundo sin trabajo, sin conflicto y sin historia. El sistema funciona bajo la égida de un suprapoder transnacional y poroso cuya capilaridad alcanza individualmente a cada ciudadano en un mundo cada vez más conectado y desigual. Un poder que ha devenido en casi una religión. El « me gusta es el amén digital. El smartphone no sólo es un eficiente aparato de vigilancia, sino también un confesionario móvil. Facebook es nuestra iglesia global » - dice en su libro Psicopolítica el coreano Byung-Chul Han- La « hipercomunicación digital destruye el silencio que necesita el alma para reflexionar y para ser ella misma. » [2].
Ha dejado de funcionar el paradigma físico de las masas que caracterizó la sociedad industrial. Medios masivos, consumos masivos, partidos políticos con pertenencia de clase y anclaje social. En su lugar tenemos hoy comunidades y archipiélagos que sobreviven en la posmodernidad a la disolución de aquella sociedad y se reconocen en tribus nómadas que habitan las redes en el mundo digital. Un mundo de individuos aislados en su conexión y consumidos económicamente por la propia información personal que cada uno suministra. Tiempo de vacío habitado por marcas o franquicias partidarias que se ofrecen para administrar el poder, generalmente insertas en la corriente desregulatoria del neoliberalismo. Toda postura que aluda al pueblo como categoría será presentada como el oscuro pasado. Y toda movilización popular que recuerde aquellos tiempos intentará ser narrada como nostálgica o desvirtuada en el simulacro de la información.
El neoliberalismo tiene la astucia de volver a reinventarse como futuro desde las cenizas de su último descalabro. Acude para ello al viejo truco de lo que Marcuse denominó la « política de la tecnología » : en esta sociedad, el aparato productivo tiende a hacerse totalitario en el grado en que determina, no sólo las ocupaciones, aptitudes y actitudes socialmente necesarias, sino también las necesidades y aspiraciones individuales [3]]. La novedad técnica –ahora sin distancias de tiempo y espacio en el mundo binario- se convierte así en la ideología de un nuevo orden económico y social mundial cuya gestión pertenece a los dueños del copyright.
En esa tensión se libra la batalla por el modelo de sociedad, de identidad cultural y democracia en la posmodernidad. Los cambios productivos en la comunicación han cambiado las reglas del ejercicio político. El ciudadano no delega la representación en forma automática en la medida en que también le cuesta reconocer el escalafón social al que pertenece y localizar su correspondencia en el discurso político. Su anclaje no pertenece necesariamente a su lugar en la cadena productiva –como en la tradición marxista- desde donde interpelar su condición de sujeto social y político. El sujeto de la sociedad líquida (Bauman, 1999) es el producto de la inter-mediación hombre/máquina/máquina/máquina-hombre (como lo anticipó Weiner con « Cibernética y Sociedad » [4]), que delega espacios de su soberanía personal en algoritmos que no maneja y que no conoce.
El sujeto ha perdido la frontera entre su esfera privada y la pública. La administración de ciudadanía, trámites, gestiones, vinculaciones familiares, interacciones sociales y hasta relaciones íntimas van quedando confinadas al campus electrónico de lo virtual, con sus sistemas de monitoreo, vigilancia y seguimiento. Una suerte de malla de pescador que, al elevarse, nos extrae del medio físico de nuestra vida anterior y de nuestros seres corporales, para convertirnos en puros datos lumínicos que requieren la intermediación, la contraseña, la validación, y la aprobación del sistema. El temor principal es quedar desconectado y convertirse en un border o renegado.
De este aprisionamiento se ven ya sus consecuencias, sus heridas internas : profundización de la nomofobia -el miedo irracional de olvidarse el celular-, aumento de trastornos de adicción a Internet, síndrome de la vibración fantasma, irritabilidad, alteraciones del sueño, síntomas de « info-obesidad », narcisismo y exhibicionismo digital, fatiga de la conexión, dice Kukso en la interesante nota « Apología de la desconexión » [5]. Examina allí la patología dominante de la sociedad, el miedo (no el derecho) a la ausencia digital.
La vieja recomendación de Francis Bacon al cardenal Richelieu en el siglo XVII : « gobernar es hacer créer » se convirtió en la partida de nacimiento de una nueva forma de ejercicio del poder mediante la publicidad, en una época donde los pocos medios disponibles debían (ya entonces) ponerse al servicio de construir escenarios de opinión como requisito de gubernamentalidad. Imaginemos la multiplicación exponencial del ―hacer creer‖ en los tiempos de la saturación informativa y las fake news.
Nunca antes el sistema productivo mundial, la red de comunicaciones y los engranajes de control geopolítico tuvieron tanta información ni un comando centralizado como el actual. Peligra la diversidad del razonamiento y la cultura frente al lenguaje único (binario) que navega al compás de los algoritmos que regulan los flujos y prioridades de circulación. El uso instrumental de este dispositivo contamina las decisiones sociales, políticas económicas e informativas.
La emergencia del mundo atravesado por objetos y artefactos tecnológicos devino en el plano de los significados en lo que algunos epistemólogos denominan « lenguaje de los objetos producidos », definición que alude directamente al fenómeno de virtualización de la realidad y a la toma de control discursivo de la realidad por parte de los bienes y servicios generados por la revolución científico técnica de fines del siglo XX.
Con el paso a la macrosemiótica –vastos conjuntos de significantes de un mismo género- del lenguaje de los objetos producidos, « el mundo de los mitos y de los ideales de la razón es resignificado por el mundo de los objetos construidos y la expansión incontenible de los intercambios de bienes con la concomitante consagración de la primaría de la mirada técnica », dice el epistemólogo sanjuanino Juan Samaja [6] en línea con Marcuse y otros pensadores.
La larga lista de operaciones que se realizan sobre las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TICs) incluyen la segmentación de públicos para ser manipulados (incluso electoralmente) mediante noticias falsas y la multiplicación de ejércitos de « trolls » (perfiles falsos) virtuales o robotizados, encargados de sembrar confusión, pánico y/o agendas alternativas contra opositores y/o receptores ingenuos. Sobre ellos también se exacerban las fobias, estereotipos y prejuicios.
Ya se han definido elecciones tocando algunas de esas partituras algorítimicas. La población estadounidense afectada por operaciones de información direccionada alcanzó un 40% del total, unos 310 millones de personas. Facebook admitió que 130 millones de usuarios generaron 10.000 millones de posteos vinculados. Otro tanto sucede con Twitter y Google. Al resultado electoral en los Estados Unidos se suman las corrientes de xenofobia en todo el planeta, el auge ideológico del neoliberalismo y una cultura-mundo que impone patrones sociales y de consumo.
La desregulación económica que internet habilita –sin controles soberanos— consiente el difuso ―pase de manos‖ en redes como un mecanismo de arbitraje geopolítico inscripto estructuralmente a través de una arquitectura de satélites y tendido de fibra óptica, y una minería de datos apta para la vigilancia, el seguimiento, el espionaje y –concomitantemente— su utilización como insumo de Inteligencia Artificial (prospectiva) para la manipulación de mercados y consumidores, apunta Elbaum [7].
El auge de las noticias falsas ha impulsado el debate sobre el rol de Facebook y Google en tanto editores periodísticos con la responsabilidad correspondiente respecto de las informaciones que difunden. El tema enciende luces de alarma incluso en los países centrales, por caso en el regulador de medios de Reino Unido, denominado OFCOM. La presidenta de esta organización, Patricia Hodgson, ha señalado que ambas compañías tecnológicas también cumplen el rol de editores, por lo que se tienen que enfrentar a nuevas regulaciones propias de los medios.
Los operadores de redes y buscadores de datos manejan el acceso a la información y al consumo publicitario de cientos de millones de personas en el planeta. Facebook lanzó en 2006 News Feed, su primera plataforma de selección informativa para celulares y recientemente promovió el movimiento « Time Well Spent » (Tiempo bien usado), que organiza la distribución personal de información según su criterio. De esta manera, los usuarios ya ni saben quién está detrás de la noticia, en tanto los medios han cedido su producción informativa a un nuevo sistema de monetización que los excluye del mercado.
Eso llevó a uno de los mayores periódicos de Latinoamérica, como Folha de Sao Pabloa levantar su página en la red de Zuckerberg : « La decisión anunciada por Facebook en enero, de cambiar el filtro de News Feed para priorizar lo que los amigos y familiares comparten, hizo más evidente las desventajas en utilizar la red como una vía de distribución de contenido », dijo Folha, que clausuró hace días su página en FB [8]. El cambio en el algoritmo de la red social, según el diario, « refuerza la tendencia del usuario a consumir cada vez más contenido con el que tiene afinidad, favoreciendo la creación de burbujas de opiniones y convicciones, y la propagación de las fake news ».
Para el medio, este cambio ya no garantiza que el lector reciba posiciones contrapuestas sobre un mismo tema.
Es difícil entonces entender la diferencia entre lo verdadero y lo falso ; entre la realidad y el simulacro que los medios construyen sobre ella. La virtud del dispositivo es iluminar al individuo mientras oculta el mecanismo de administración de su tiempo. Es decir, el mismo dispositivo de gubernamentalidad cumple con la doble finalidad de mostrar y ocultar, en tanto mantiene su tradición de vigilar y castigar [9]. En lugar del escarnio público del medioevo puede apelarse ahora a la condena mediática de la oposición o a la exaltación del gatillo fácil policial que liquida malhechores haciendo justicia en representación de todos los miedos y frustraciones sociales. Lo que aparece ante la vista (un policía matando un ladrón por la espalda durante su huida) es lo que se oculta a la razón y se resignifica en el inconsciente colectivo como un ajusticiamiento necesario para la tranquilidad de los miembros de la tribu. El truco es que cada uno vea en forma personalizada lo que quiere ver. En esa luz mediática se oscurecen la precarización social, las confiscaciones monetarias y jurídicas a los más pobres. La razón política no logra aún desarmar esa bomba de fragmentación que circula por los smartphones bajo la forma de una falsa polémica sobre la pena de muerte.
En ese contexto, el gobierno de los EE.UU acaba de hacer del mundo un lugar menos seguro al sentar las bases para un empleo discrecional de Internet mediante la finalización de las reglas de neutralidad (Obama, 2015) ; lo que faculta a los dueños de las autopistas informáticas a regular flujos, contenidos, calidades y ordenamientos de la información según sus propias conveniencias.
Según el trabajo de Elbaum, el 98% del tráfico de Internet entre América Latina y el mundo circula por servidores de los EEUU. El 75% ciento de la información que transita por el interior de nuestro subcontinente, también tiene domicilio « físico »en « nubes » estadounidenses. Los grupos GAFAM (Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft) y NATU (Netflix, AirB & B, Tesla y UBER) son los protagonistas exclusivos de los flujos de circulación de contenidos y de los algoritmos que abren y cierran las compuertas según sus intereses y conveniencias.
Paradójicamente, el mundo parece registrar las hostilidades del nuevo orden y tiende a refugiarse en un proteccionismo que recomienda tener cuidado con la sobreactuación del aperturismo librecambista. Ese tren parece haber pasado hace algún tiempo.
En la Argentina, la cháchara futurista post 2015 irradia un voluntarismo tecnocrático permeable a los mandatos de la ―política de la tecnología‖ de carácter transnacional que consiste en proponer procedimientos informáticos como sinónimo de progreso. Se repite así el fetiche de Negroponte [10], quien prometió sacar al África de la pobreza repartiendo computadoras a los niños, siendo desmentido luego con la fuga en masa de millones de hambrientos y refugiados de los horrores sociales y bélicos de ese continente. Modernidad era, en tal caso, agua corriente, electricidad, infraestructura, industria y desarrollo humano.
No obstante, en nuestro país se crea un ministerio de Modernización (a destiempo con el fin de la modernidad) que funciona, en realidad, como una sucursal de los grandes mayoristas del smart business. Sus mentores intentan pasar de una economía primarizada y con escaso desarrollo industrial e infraestructura mínima al mundo productivo de los robots, la inteligencia artificial y el cibergobierno, sin explicar cómo resuelven esos negocios los problemas crónicos del desempleo, la pobreza y la desigualdad. En nombre de la modernización se desmantelan la arquitectura jurídica de las comunicaciones, las áreas de investigación y desarrollo tecnológico, y los ámbitos de producción científica más avanzados del país.
El ministro Ibarra, a cargo de estos menesteres, delega la gestión de la big data nacional a las grandes corporaciones de operación de nube, resignando soberanía y capacidad de gestión, autoriza a diez nuevos satélites extranjeros para vender servicios sobre el espacio soberano, mientras privatiza en más del 50% el tercer satélite argentino de comunicaciones, liquida la Subsecretaría de Servicios Tecnológicos y Productivos, achica el Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI) y alienta la megafusión corporativa de Cablevisión/Telecom que desampara a usuarios y ciudadanos por fuera de cualquier marco normativo constitucional.
El resultado es el aumento de la concentración corporativa en resortes claves de la soberanía económica y de gestión de la información, en forma conjunta con una fuerte descapitalización de los recursos humanos y científicos del país. También supone un chaleco de plomo a las aspiraciones de expansión de los ISP (proveedores de internet) independientes y medios pymes o comunitarios de comunicación, que podrían brindar la escucha de « otras voces » en materia informativa.
¿Es posible en este contexto pensar un escenario de recuperación de la soberanía política en democracia ? No parece simple ni lineal. Pocas veces como ahora el sistema productivo y el sistema político han estado tan imbricados en un esquema que -retomando las dificultades de la democracia bajo la coacción de la comunicación- supone que a mayor expansión del tecno-capitalismo mayor despolitización ; a mayor visibilidad del individuo mayor ocultamiento del dispositivo de poder ; a mayor información menor conocimiento.
La política, como arte de gestión y transformación de la realidad, se debate entre la mera administración de los condicionamientos tecnológicos con su impacto productivo y social y la construcción de instrumentos públicos que permitan su empleo para mejorar la calidad de vida ciudadana. El primer problema es superar el mito de la progresividad neutral que se ofrece con la expansión tecno-científica por sí misma. Su solo despliegue no educa, no cura, ni da de comer como esperaba Raúl Alfonsín que sí hiciera la democracia en la Argentina. Ello solo podrá acontecer con un Estado inteligente que regule sus posibilidades y tome partido en beneficio de las mayorías. Y para ello es casi condición que el ciudadano pueda ―politizar‖ la democracia con su compromiso corporal y también virtual, ejerciendo una fiscalización crítica de la gobernanza de las redes, y con el regreso a la soberanía de la política en sus decisiones.
Luis Lazzaro* para Cuadernos del CEL (Centro de Estudios Latinoamericanos)
[CUADERNOS DEL CEL, 2018, Vol.III, Nº 5. Págs. 24-32. ISSN : 2469-150X. AÑO 3 - NÚMERO 5.
Este artículo hace parte del Dossier : « Plataformas, vigilancia y pospolítica en la cibersociedad. » Cuadernos del CEL AÑO 3 - NÚMERO 5
[1] Daniel INNERARITY Democracia sin política ¿Por qué la democracia puede perjudicar seriamente a la democracia ?, Universidad del País Vasco, 2014.
[2] Federico KUKSO, « Apología de la desconexión », La Nación, Domingo 15 de enero de 2017.
[3] Hebert MARCUSE, « El hombre unidimensional », Buenos Aires, Planeta, 1993 [1954
[4] Norbert WEINER, « The human uses of human being : Cibernetics and society », Da Capo Press, 1988, 105.
[5] Federico KUKSO, op.cit.
[6] Juan SAMAJA, « Epistemología de la Salud. Reproducción social, subjetividad y transdisciplina », Buenos Aires, Lugar Editorial, 2004.
[7] Jorge ELBAUM, « Geopolítica digital latinoamerIcana »
[8] « Folha deixa de publicar conteúdo no Facebook », Folha de São Paulo, 8/2/2018. diario, « refuerza la tendencia del usuario a consumir cada vez más contenido con el que tiene afinidad, favoreciendo la creación de burbujas de opiniones y convicciones, y la propagación de las fake news ».
[9] Para acceder a un enfoque actualizado y novedoso sobre las técnicas de vigilancia se recomienda ver, en este mismo Dossier :
Diego LLUMÁ, « Confiscación del conflicto. Tracking prospectivo coercitivo o la represión Smart », Cuadernos del CEL vol. III nº 5 (2018) 17-27.
[10] Nicholas Negroponte. MIT, Massachussets. Su programa « One laptop per Children » fue un enorme fracaso en países sin electricidad, conectividad ni infraestructura.