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Estados Unidos compensa con submarinos nucleares y una OTAN del Pacífico su descalabro euroasiático. A un lado el vector de la guerra y la « contención », al otro el de la integración comercial.
Estos días se han producido varias noticias importantes. Por ejemplo, se ha sabido que el gobierno de Estados Unidos y la CIA conspiraron para secuestrar y eventualmente asesinar a Julian Assange. El fundador de Wikileaks es uno de nuestros principales disidentes. Para nuestra vergüenza, lleva recluido/encarcelado desde hace una década en Inglaterra por denunciar crímenes de Estados Unidos. Otra noticia importante ha sido el anuncio del Presidente chino, Xi Jinping de que su país, el mayor emisor de CO2 -aunque no el mayor responsable de su contaminación histórica- no construirá mas centrales térmicas de carbón en el mundo. Una buena noticia para la calificación de su Nueva Ruta de la Seda (B&RI), como eventual exportadora de contaminación. También ha sido importante el compromiso del Presidente de la autoridad palestina (léase el impotente gobierno del gueto controlado por Israel), Mahmud Abbas, de llevar la ocupación israelí ante la Corte Penal Internacional si Israel no retira sus asentamientos ilegales en el plazo de un año.
Al lado de todo esto, las elecciones alemanas y la retirada de Merkel, con las que nuestros medios han venido alimentándonos espiritualmente con gran profusión, es una noticia menor. La hagiografía de Merkel no tiene secretos: más allá de la propaganda, su legado para Alemania y Europa ha sido nefasto. Años perdidos. Para Alemania, para la UE y por la nula contribución al arreglo de la crisis global. Que el país sea gobernado ahora por una nueva “gran coalición” o por cualquier modalidad de tripartito es absolutamente irrelevante. La continuidad del Partido Neoliberal Unificado está garantizada. Nunca en toda su historia Alemania exportó impulsos liberadores a Europa.
En Afganistán el tono de la crónica ha continuado centrado en la maldad de los talibán hacia las mujeres, de acuerdo con el relato de que la debacle sufrida por Estados Unidos allá ha sido, fundamentalmente, una mala noticia y la violencia una novedad. Es realmente notable, teniendo en cuenta las decenas de miles de muertos que la ocupación occidental se cobro allá sin generar el menor escándalo en los últimos veinte años. La simple realidad es que esa gran violencia con enorme derramamiento de sangre en condiciones de guerra civil, ha cesado con la derrota americana (lo mismo ocurrirá con la gran fábrica de opio) y eso es una excelente noticia para el pueblo afgano. En condiciones normales la crónica debería empezar por allí, así como por la extrema pobreza en la que se encuentra la mayoría de la sociedad, y no por los más que comprensibles lamentos y denuncias urbanas de los periodistas y las mujeres que sufren los terribles atavismos que la “pátina de los siglos” incrustó en el país (y que Joseph Kessel ya describió en los sesenta en su magnífica novela Les Cavaliers aún sin edición española). Si no es así, es única y exclusivamente porque los occidentales, dueños del gran aparato mediático, han quedado de momento fuera de la foto de la posguerra, y, seguramente, del futuro afgano: en la conferencia internacional sobre el futuro de Afganistán, celebrada en Dushanbé (Tadyikistán) el 17 de septiembre, las (im)potencias occidentales no estaban representadas. Estaban, China, Rusia, Irán, los “stán” de Asia Central, Pakistán e India. Todos los vecinos unidos, con la ambigua reserva de India, por un común interés estabilizador.
« China es nuestro socio principal y más importante, representa una oportunidad excepcional para nosotros porque está dispuesta a invertir en la reconstrucción de nuestro país », declaró a principios de mes a La Repubblica el portavoz talibán, Zabiullah Mujahid. Eso lo determina casi todo informativamente.
No estar en la foto no significa renunciar a seguir haciendo daño. Las reservas de oro y divisas afgana (9400 millones de dólares) están retenidos en Estados Unidos y la administración podría estar sondeando la posibilidad de hacerse con bases en India desde las que atacar « objetivos terroristas » en Afganistán, « teniendo en cuenta los rumores de apoyo del Estado Islámico a los talibán », en palabras del congresista Mark Green. Fabricando un escenario adecuado -ahí está el ejemplo de Siria- se puede continuar sangrando a Afganistán, ahora para impedir un éxito de integración euroasiático liderado por China. La estrategia de Washington es “regresar al teatro afgano de forma que el Pentágono y la CIA puedan continuar la competición estratégica con Rusia y China y desestabilizar Irán” en palabras del ex diplomático indio Bhadrakumar. Si los talibán no brindan esa posibilidad, Washington continuará haciendo la vida imposible a cualquier gobierno afgano.
Sea como sea, el abrupto anuncio de una nueva alianza militar contra China, el AUKUS con Inglaterra y Australia, y la llamativa venta de submarinos nucleares a Australia, ha sido la forma de desviar la atención hacia la debacle sufrida en Kabul. El propio Biden ha presentado la retirada como un ejercicio de acopio de fuerzas para la batalla fundamental contra China, así que los submarinos están destinados al doble objetivo de olvidar la afrenta y mantener el propósito belicista esencial.
Mas que el agravio contractual de 50 000 millones de euros infringido a Francia en condiciones conspirativas (recordemos a François Hollande prometiendo a Rusia « mantener su palabra » en el contrato de los dos portahelicópteros « Mistral » en julio de 2014, para vetar cinco meses después la operación por presiones de Washington), el contrato es significativo porque encadena a Australia, cuyo principal socio comercial es China, como beligerante vasallo de Estados Unidos en la región Asia/Pacífico. La diferencia entre los doce submarinos convencionales franceses y los ocho nucleares del contrato americano es que los segundos, que irán equipados con misiles Tomahawk de largo alcance, son un arma inequívocamente ofensiva por su capacidad de grandes navegaciones alejadas de sus aguas territoriales. Sus características, para las que Australia no está industrialmente preparada por falta de mano de obra cualificada en ese ámbito y por carecer de infraestructuras nucleares, hipotecan técnicamente a ese país a Estados Unidos.
Ocho submarinos de esas características significa que Australia podrá mantener dos o tres de ellos permanentemente « de guardia », es decir en navegación operativa, mientras el resto está en mantenimiento o formación en un sistema de relevo permanente. Pero todo eso sucederá, con suerte, en diez o veinte años, que es lo que tardarán en construirse los sumergibles.
Desde el punto de vista del régimen de no proliferación nuclear regulado por el correspondiente acuerdo (NPT) este contrato es un desastre. Estados Unidos rompe su principio de no transferir tecnología naval de propulsión nuclear a otros países (excepto Gran Bretaña). Aumentan las posibilidades de que Brasil solicite a Francia lo mismo para sus proyectados submarinos, o que Corea del Sur pida a Washington no ser menos alegando el artificial « peligro » norcoreano que un simple acuerdo de paz con Estados Unidos solucionaría.
Frente a esta estrategia militar de contención a China (que Australia puede haber aceptado por tratarse de una « propuesta que no puede rechazarse », el Padrino dixit, está, como única alternativa no militar, la gran integración comercial euroasiática que Pekín promueve. En ese frente, la mencionada cumbre de Dushanbé ha dado un importante paso (esa sería la cuarta noticia ninguneada de los últimos días): la integración de Irán en la Organización de Cooperación de Shanghai como miembro pleno. Comparen propósitos y métodos y llegarán a la alternativa guerra o paz.
Para la Unión Europea, después del agravio de la retirada unilateral de Afganistán sin aviso ni consulta, el contrato australiano es un nuevo incentivo hacia la autonomía en política exterior y de seguridad. En lo inmediato es una invitación a desmarcarse de Estados Unidos y su perspectiva de conflicto con China, que es el primer socio comercial de la UE. Si la Unión Europea no deja claro su rechazo a esa perspectiva, su marginación internacional continuará profundizándose. De momento, Francia ha hecho su pataleta al constatar, como han dicho sus primeras autoridades, que Biden no es muy diferente de Trump en su trato con los aliados y al retirar sus embajadores de Washington y Camberra, pero el último discurso “sobre el estado de la Unión” en Estrasburgo (15 de septiembre) de Ursula von der Leyen, ha sido inequívoco al hacer suyos los tres frentes de conflicto (y propaganda) de Estados Unidos hacia China: 1-participación en la militarización del patio trasero marítimo de China, 2-Oposición a la integración euroasiática de la Nueva Ruta de la Seda y 3- participación en la campaña de « derechos humanos » lanzada sobre la condición de los uigures de Xinjiang. Von der Leyen no se dejó nada en su discurso. Como muestra estas tres citas:
Mientras la Unión Europea sigue en su deriva hacia la irrelevancia internacional, en Asia Oriental la cruzada belicista de Washington contra China no es vista con buenos ojos. El anciano ex primer ministro malayo Mahathir Mohamad (96 años), seguramente el político más respetado en Asia Oriental, ha sido claro al respecto: « Si quieren lanzar cohetes y competir, háganlo, pero no vengan a perjudicar a nuestro mercado en Asia. La cooperación con China es muy importante para nosotros, son un gran mercado y nos aprecian por las materias primas que les vendemos. Somos vecinos y no vamos a confrontar. Australia y Estados Unidos quieren forzar a los países de la ASEAN obligándoles a tomar partido en su favor en el objetivo de confrontarse con China. No podemos hacer algo así ».
Estados Unidos compensa con submarinos nucleares y una OTAN del Pacífico su descalabro euroasiático. A un lado el vector de la guerra y la « contención », al otro el de la integración comercial.
Rafael Poch de Feliu* para su Blog personal
Rafael Poch de Feliu, Catalunya, 29 de septiembre de 2021