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25 de enero de 2011

Memorias del subdesarrollo I y II

por Jorge Majfud *

 

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Una sociedad evidencia un alto grado de desarrollo por la forma en que sus miembros se conducen y relacionan entre sí; no por una simple inundación de capitales.

al gran Tomás Gutiérrez Alea

« I »

La producción mal distribuida

En mi última estadía en Uruguay he escuchado algunas veces en reuniones de amigos repetir un chiste del gran Luis Landriscina: un paisano indolente se la pasaba durmiendo a la sombra; cuando un inglés le preguntó por qué no hacía producir su campo, le respondió « ¿para qué? » « Para poder descansar luego », le dijo el inglés. « ¿Y qué estoy hacienda ahora? », concluyó con astucia el eterno cansado.

Esta historia no sólo es graciosa sino que algunos la defienden como alta sabiduría. No está mal como filosofía personal, es muy ecológica y de paso les damos una bofetada dialéctica a esos imperialistas que tanto nos han fastidiado la historia. Por otra parte, el campesino latinoamericano y el gaucho rioplatense son propietarios de una larga lista de otras virtudes morales y humanas en general (la franqueza, la avaricia rara o escasa, el sentido de una fraternidad humana y no meramente institucional). Si a eso agregamos una larga historia de sufrimientos y explotaciones, resulta difícil cualquier crítica radical contra alguna de sus características personales o culturales. Pero nadie es perfecto y se impone separar la paja del trigo.

Este tipo de filosofía, que más bien es una práctica (no pienses en mañana; Dios proveerá al hombre como provee a los pájaros, según Jesús y los Evangelios, en el fondo es cristiana aunque haya sido el cristianismo quien la ha enterrado más profundo en nombre de uno de sus productos contradictorios, el capitalismo), y este tipo de personaje victimizado, que por corrección política defienden hasta los trabajadores más explotados, todavía se extiende de diversas formas en la geografía social de América Latina.

El problema surge cuando el sabio indolente, gurú criollo o simple pícaro holgazán necesita alguna ayuda urgente y apela a la solidaridad, maldiciendo al resto de la sociedad (o al imperio de turno) porque « la riqueza está mal distribuida ».

Entonces, por corrección política, nadie se atreve a reconocer que también la producción está mal distribuida, en una familia, en un país y en el mundo entero. Y que no siempre los productores son los explotadores, no siempre los inventores que patentan sus esfuerzos intelectuales son los responsables de la mala distribución de la riqueza y de la pobreza de este mundo sino, tal vez, todo lo contrario.

¿En qué momento hemos llegado a esta falta extrema del carácter? ¿La debilidad del carácter es una corrupción de la civilización o pertenece a la naturaleza más primitiva de la especie humana? ¿O es simplemente (confundir la pereza propia con solidaridad ajena) un fallo intelectual del pensamiento moral, de la voluntad creadora?

¿Un nuevo pensamiento de izquierda?

Probablemente sea necesario refundar un nuevo pensamiento de izquierda. Soy consciente que un pensamiento no puede ser etiquetado y acorralado de antemano. Si es pensamiento auténtico, al iniciarlo no podemos saber hacia dónde puede llevarnos. Eso sólo es posible en teología donde uno parte de unas premisas sabiendo de antemano que básicamente las conclusiones serán las que deseamos que sean, la confirmación de una verdad; no un cuestionamiento radical.

Sin embargo, sólo a los efectos expresivos, tal vez podríamos hablar de una refundación o de un nuevo pensamiento de izquierda: uno que esté liberado de anacrónicas complacencias populistas al tiempo que no pierda su radicalismo en su crítica a las fuentes de los poderes sectarios, incluyendo en la probable categoría de sectas desde los lobbies hasta el sindicalismo corporativista.

Claro, no es que este tipo de pensamiento de izquierda crítico y autocritico no exista. El problema es su invisibilidad debida a su condición no complaciente.

Obviamente, no podemos albergar demasiadas esperanzas de que prenda fuerte en la clase política, porque su naturaleza es otra. En parte podemos excusar a los políticos porque deben lidiar con las aguas impuras de los acuerdos prácticos y estratégicos, a veces, sólo a veces, en procura de un bien mayor (me remito a mi breve ensayo, « Piensa radical, actúa moderado »). Pero sí podemos exigírselos al resto de la sociedad. Empezando, sobre todo, por su clase intelectual que, contrariamente a su verdadera función pública, no debería preocuparse tanto por evitar su histórica condición de aguafiestas. No debería temerle ni buscar complacer al César (intelectual de derecha) ni a su propio pueblo (intelectual de izquierda).

Al fin y al cabo eso significaba profetizar, ya desde los antiguos críticos sociales de la Biblia, terriblemente confundidos con los llamados profetas.

« II »

La historia de Uruguay y Argentina siempre ha padecido de cierto bipolarismo. De grandes crisis y depresiones autodestructivas se pasa a una euforia igualmente desmesurada. Pero esta montaña rusa del ánimo social rioplatense no se corresponde con una realidad más estable.

Entre una inundación de capitales y el verdadero desarrollo hay una distancia considerable. Contrariamente a los porcentajes de crecimiento económico, la cultura social rioplatense no ha avanzado. Normalmente se entiende que son los recursos económicos los que dan forma a esas relaciones pero es muy probable que en gran medida sea estrictamente lo contrario: una sociedad evidencia un alto grado de desarrollo debido a la forma en que sus miembros se conducen y relacionan entre sí (Ya dedicamos muchos otros ensayos a exponer las graves contradicciones de algunas sociedades desarrolladas que, como la antigua Atenas, como Estados Unidos, muestran un alto grado de civilidad y desarrollo fronteras adentro y salvaje arrogancia fronteras afuera.)

A pesar de ciertos progresos sociales en algunos países de la región, nuestras sociedades del boom económico latinoamericano todavía muestran ciudades exageradamente sucias y peligrosas, extremos de ostentosa riqueza y de miseria extrema, policías que todavía piden coimas o que nadie respeta, ciudadanos que rompen con cualquier norma comunitaria apenas pueden, apedreos impunes y por placer a autobuses, ingeniosas destrucciones del patrimonio público, barriadas cada vez más enrejadas, juventudes disueltas e idiotizadas por las paradójicas « redes sociales » (el diablo está en los nombres, en los ideoléxicos), personas honestas que se ofenden por cualquier crítica…

En Uruguay y Argentina nunca se respetaron a rajatabla las señales de tránsito, los carteles de PARE, pero al menos años atrás se respetaban los semáforos. Esta es todavía la pura mentalidad del subdesarrollo que se intenta negar. No ha cedido; se ha potenciado con el remedo de un consumismo importado de cachivaches importados.

Bastaría con citar el actual nivel de la educación básica, según algunos estándares internacionales. Si bien Uruguay se ha situado en el segundo lugar en América Latina en las pruebas PISA, perdiendo el primer puesto con Chile, la posición que ocupa en el último tercio entre los países participantes contradice el sitial de avanzada que ostentó durante casi un siglo hasta los años sesenta.

Tampoco deja de ser una confirmación el hecho de que los últimos gobiernos han aumentado el presupuesto de la educación y los resultados han empeorado. Obviamente la inversión económica es crucial, pero sigue fallando la organización del cambio, no sólo a nivel administrativo y estratégico sino a nivel de la cultura general: el modus operandi de la sociedad reflejado en cada individuo. Así, cada medida de lucha contra una realidad desfavorable se convierte en intrascendentes protestas decoradas de discursos y repetidas pancartas, cuando no en una negación destructiva sin un objetivo alternativo claro que sea capaz de evaluar la responsabilidad propia. Falta autonomía, responsabilidad; sobran quejas.

También la delincuencia ha rejuvenecido. Me refiero al carácter juvenil, adolescente y hasta infantil del crimen. Esto no es nada sorprendente. Trece años atrás, en medio de la otra euforia primermundista de una ideología opuesta, el neoliberalismo, alertábamos que la crisis por venir a finales de siglo era una bomba de tiempo, ya que una economía se puede recuperar en pocos años pero los efectos sociales perduran por generaciones. La abrumadora mayoría de los niños nacían y nacen en hogares en condiciones paupérrimas de salud y educación que no habían conocido los eternos campeones del mundo.

Parte del problema es que, a nivel popular, la sociedad latinoamericana se ha quedado en una retórica congelada, hecha de retazos de viejos intelectuales europeos y norteamericanos, como en el siglo XIX, repitiendo como si fuesen novedosos descubrimientos listos para la salvación, y no ha sido capaz de elaborar un pensamiento propio. Salvo en casos excepcionales.

En Asia, particularmente en China, el desarrollo económico impulsado por el capitalismo comunista ha ido de la mano de un desarrollo de la educación formal, tan competitiva como en las olimpiadas donde los niños sacrifican su infancia en pos de la competencia y el éxito. (El desarrollo social todavía corre, de forma amenazante, muy por detrás.) Pese a las multimillonarias inversiones, China no ha tenido los mismos resultados en cuando a creatividad e innovación, aunque es de suponer que esto vendrá con el tiempo.

Siempre he pensado, desde un punto de vista marxista, que los grandes cambios culturales (supraestructura) se debían a los grandes cambios de la base económica y productiva. Muchos marxistas (ej. Gramsci, L. Althusser, etc.) remendaron esta dinámica décadas atrás. Pero el mundo supramoderno desafía esta visión tan clara en la historia. Ernesto Guevara, N. Chomsky, Paulo Freire, Eduardo Galeano y tantos otros tenían mucha fe en el camino inverso, en el estimulo moral, en la educación, en la concientização, etc.

Si bien hoy los cambios estructurales no son tan profundos como se los quiere presentar, lo cierto es que una sociedad posindustrial, informática, parece cambiar más fácilmente desde arriba hacia abajo, es decir, desde la cultura y la educación hacia el orden económico y productivo, que a la inversa. En casos la relativa independencia de los dos reinos (el cultural y el económico) no deja de ser notable.

Los gobiernos pueden hacer mucho (empezando por la educación formal) pero todo es muy poco al lado de lo que sería necesario para cambiar toda una cultura que adolece de dos problemas históricos: la autodestrucción y la autocomplacencia. El simple éxito económico no puede hacerlo. Podría lograrlo una profunda autocritica colectiva. Pero para eso se necesita un foco de críticos incisivos e innovadores, capaces de promover un pensamiento propio y no importado, una incisiva campaña de concientización no sólo sobre lo que « uno es », sino sobre lo que « uno hace ». Algo parecido se logró en la lucha contra el tabaco y las poderosas tabacaleras. ¿Por qué no habría de lograrse en otros ámbitos tan simples como el respeto civil, la responsabilidad propia en el logro de soluciones personales y colectivas?

Claro, tal vez sea una tarea difícil cuando los jóvenes están tan ocupados en banalidades universalizadas por las « redes (anti)sociales » en nombre de la democracia y la liberación de los individuos.

No es que haya perdido mi fe en la futura democracia directa, en la independencia de los individuos en una sociedad hiperdesarrollada. Sólo que la realidad muestra que esa utopía está cada día más lejos, que las nuevas herramientas de liberación siguen siendo los juguetes que impiden madurar. Seguimos actuando como lobos y ovejas mientras nos creemos individuos liberados. Individuos virtuales de una sociedad virtual y con una liberación virtual, rodeados de nuevos capitales y viejos escombros.

El Correo. París, Diciembre 2010

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