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9 avril 2017

La nueva mayoría argentina a construir

par Edgardo Mocca*

 

Una interpretación habitual atribuye a una estrategia del gobierno y sus publicistas, la polarización política en la que ha entrado el país ; es interesante analizar esa atribución.

El antagonismo que da lugar a esa polarización está, en realidad, en la calle, en los medios, atraviesa la vida cotidiana, tanto como en los últimos años. Lo que sí puede entenderse como un recurso político-publicitario es la utilización sistemática del nombre de Cristina como expresión excluyente de ese antagonismo. No es muy difícil captar el razonamiento que alienta esa estrategia : es necesario agitar el anticristinismo porque es la única bandera que puede concitar alguna simpatía con el macrismo en un amplio sector de la población.

El proceso de estigmatización de la ex presidenta no empezó con Macri ; por el contrario tiene una larga e intensa vida desde los días calientes de la sublevación de las grandes patronales agrarias. No pudo evitar el triunfo kirchnerista de 2007 pero no dio ninguna tregua durante los últimos ocho años. En la jerga encuestológica Cristina tiene un piso muy alto de votos pero un techo que aunque ha decrecido sigue expresando el relativo éxito que tuvo y tiene la larga campaña de hostilidad hacia su persona. La esperanza amarilla es, entonces, conducir el antagonismo político realmente existente en estos días por el camino de antiguas querellas no resueltas y convenientemente manipuladas en la actualidad.

Lo que no está funcionando bien en la estrategia comunicativa -para la que trabajan intensa y unánimemente los medios oligopólicos- es su correspondencia con la política real. Lo que se huele en la calle no es un estado de ánimo de tranquilidad colectiva, alterada demagógicamente por pequeños grupos organizados ya se sabe por quién. Lo que se huele es una profunda y mayoritaria preocupación por la realidad y por las tendencias que anidan en ella : no hay observador más o menos decente que lo esté negando. Las encuestas confirman con sus persuasivas aritméticas esa preocupación en aumento en la sociedad y que fácilmente puede comprobarse en las calles. Y ese ánimo quedó reflejado en la masividad y el clima político que caracterizó las grandes movilizaciones del mes de marzo y comienzos de abril. En fin, el diagnóstico del descontento es muy difícil de discutir.

Es un descontento muy amplio en lo social y cada vez más plural en su composición política. El intento de reducir el clima adverso al gobierno a la presencia y persistencia del kirchnerismo empieza a chocar muy duramente con la realidad. Sin embargo, según las crónicas de casi todos los medios la misma fuerza a la que se considera un fenómeno residual es capaz de poner a millones de personas en las calles : milagros del choripán y el colectivo. El proceso de activación social ha desbordado los diques de la política tal como era antes del triunfo electoral de Macri. El principio del antagonismo dejó de ser la experiencia de la década pasada y pasó a ser la experiencia de hoy. Lo que antes se veía como una exageración absurda de uso electoral -una « campaña del miedo »- quedó corporizado duramente en estos meses. Hubo ajustes, descenso del salario real, apertura de las importaciones y consecuente penuria de la industria nacional. Hubo devaluación, disminución de retenciones al agro y a la minería, cayó el consumo popular, aumentó el desempleo, se produjo un endeudamiento externo brusco y gravoso hacia el futuro… Creo que la campaña del miedo no llegaba a tanto.

La coalición que está en un inicial proceso de construcción no es exactamente la que sostuvo a los gobiernos kirchneristas : hay muchos argentinos que están haciendo las cuentas con el pasado reciente y con la forma en que fue presentado por el aparato ideológico del neoliberalismo. Y esa coalición social empieza a adquirir relieves políticos. Por lo pronto el cálculo de un rápido proceso de « deskirchnerización » del peronismo no se plasmó en la realidad : ya hace varios meses que asistimos a una serie muy grande de movidas a favor de la unidad del peronismo, de la cual son muy pocos y muy poco representativos los que se animan a proponer la exclusión del kirchnerismo ; el nuevo clima popular hizo que hubiera que barajar y dar de nuevo. En la misma medida y al mismo ritmo que el peronismo fue rearmándose después de la derrota y los cálculos errados sobre el futuro que suelen acompañarla, el macrismo fue endureciendo esa conocida combinación entre realidades adversas y violencia verbal.

Hoy la cercanía o la indiferencia ante la política del macrismo no le dan a nadie oxígeno político. Los diques que el macrismo imaginó en sus comienzos no tienen la solidez que haría falta : resulta muy difícil el sostenimiento al macrismo por parte de la oposición que se dice “responsable” ; en consecuencia, la centrifugación de los apoyos al macrismo se empieza a notar. Es en este contexto que hay que comprender el giro hacia la agresividad que ha tomado el discurso gubernamental y la creciente amplitud de sus ataques. Ya no se trata exclusivamente del kirchnerismo, lo acompañan ahora, entre otros, los “mafiosos sindicalistas” y el peronismo como tal, según lo proclamó la movilización ultramacrista del 1ero de abril. Por ahora el gobierno no ha encontrado una estrategia mejor que la de la agitación y la propaganda antikirchnerista, pero su destinatario real se ha agrandado considerablemente. Sostiene esa estrategia y la hace cada vez más vulgar y menos creíble.

La idea de una nueva mayoría, de una nueva fórmula política de la unidad nacional-popular-democrática- dejó de ser percibida como una ilusión o una simple consigna de ocasión, se convirtió en un proceso político real. Buena parte del futuro de mediano plazo en la Argentina empieza a girar alrededor de la suerte de ese proceso. Si es bien conducido, su importancia superará largamente la de una elección y se convertirá en un fenómeno de época : hoy sabemos más claramente que nunca que un proceso de transformación de la profundidad que es necesaria en la Argentina - a tal punto que inevitablemente lleva a la discusión de una nueva constitución- solamente puede ser recuperado y profundizado con una relación de fuerzas muy superior a la de los años del kirchnerismo. Claro que para llevar a la práctica con éxito un proceso de construcción de esta naturaleza no se pueden « saltar » las elecciones de octubre.

No se puede aludir a un fenómeno fantasmal llamado « unidad nacional » por fuera de un proceso de la importancia de estas elecciones de medio término, signadas como estarán por un problema político central que empezará a dirimirse en ellas : la de si el macrismo y sus políticas neoliberales se consolidan en el tiempo o no. La expresión electoral de este bloque con aspiraciones de convertirse en una nueva mayoría política será en gran medida fruto de la “ingeniería” de cuadros y estructuras partidarias. Pero su resultado será juzgado por muchos millones de argentinos que demandan esta unidad. No se trata de la propiedad de la lapicera para armar las listas sino de un criterio común que necesariamente tendrá que estar basado en la credibilidad, el entusiasmo y la coherencia política que esas listas logren transmitir a la hora de la evaluación popular. Cada cual defenderá sus porotos, pero en última instancia solamente podrá defenderlos bien si el resultado de la obra es el que el pueblo espera.

La inercia es un enemigo poderoso en esta tarea. Lo más fácil es sostener el « cassette » propio y no enriquecerlo en un proceso de mutuo aprendizaje. Lo más fácil es también la desconfianza, las prevenciones mutuas. Por eso el liderazgo es decisivo. Y no se inventa para cada ocasión, está ligado a un determinado proceso histórico, se alimenta de él y debe elevarse con él. Los nombres son importantes, serán los que expresen o no los dos grandes vectores del proceso : el máximo nivel de amplitud que no deje ninguna duda de la voluntad de disputar con el macrismo desde la única perspectiva posible, la de una política de inclusión social, desarrollo productivo autónomo y pleno ejercicio de nuestra soberanía nacional. Está claro que sin ese nivel de unidad es difícil generar una situación de freno al macrismo en sus políticas antipopulares y de preparación de condiciones para superar en plazos lo más breves posibles esta dramática circunstancia nacional. Y está claro también que las formas que asuma y los nombres que surjan serán las que decidan si las mayorías reales hacen suya la propuesta.

Se necesita producir una fuerte advertencia popular sobre el funcionamiento de las instituciones. En ambas cámaras del Congreso, las oposiciones al gobierno son amplias mayorías, lo que no impidió que algunas de las medidas socialmente más lesivas fueran acompañadas por las mayorías de ambas cámaras. La primera regla de una unidad verdadera es la existencia de un compromiso en la defensa del programa común que sustenta la unidad. Las nuevas mayorías no son necesarias solamente para abrir un nuevo capítulo en la elección presidencial de 2019. Lo son también como forma de ponerle límites a un ejercicio arbitrario y tendencialmente violento del gobierno del gobierno que se ha ido profundizando en los últimos meses. La libertad de Milagro Sala y los demás presos políticos argentinos de Jujuy, el fin de la irresponsable utilización del poder judicial para la persecución y hostigamiento político y sobre todo la generación de una verdadera emergencia social que atienda en tiempos urgentes a las víctimas sociales principales de estos meses de neoliberalismo se imponen como elementos centrales del compromiso político.

Edgardo Mocca*

*Edgardo Mocca es un politólogo, periodista, investigador y profesor universitario argentino.

Página 12. Buenos Aires, 9 de abril de 2017

Título original : « La Nueva mayoría »

El Correo de la Diáspora. París, 9 de abril de 2017

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