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20 juillet 2021

Historias de rieles de mis pampas

« El Zapalero »

par Oscar « Cacho » Debiasi

 

Primera parte :

 Allá viene, dice alguien. Parece con leña verde, acota irónico. Nadie le responde.
 Viene con atraso, ya son las 22 horas, 10 minutos. Cuando lo tenían los ingleses, esto no pasaba, agrega. Tampoco ninguno avala ni replica su comentario.

Allí, a la distancia, donde los rieles paralelos de las vías del ferrocarril –en este caso el Roca- parecen unirse, se observa un punto luminoso amarillo, índice revelador del tren que, partiendo de Plaza Constitución en Capital, y terminando su ruta en Zapala, provincia de Neuquén, se viene aproximando.

No lo atienden. Es que casi todos los que pasan por el andén, están en otra cosa. Jóvenes –y no tanto- que visten ropas domingueras, en especial las mujeres, intercambian miradas sugestivas de soslayo, entre ambos sexos, presagio, quizás, de futuros romances.

El vapor de la locomotora, el humo negro en el ambiente, un fuerte olor a carbón de piedra, y la sirena del maquinista en las bocacalles, para algún distraído, nos anuncia que la columna está entrando.

Ese pitido chillón, se mezcla en la noche clara, con el monótono preludio de los grillos y el sonido agudo y fastidioso de las cigarras. Se incorpora cada tanto, el chillido del viejo molino, ya oxidado, interpolando la atmósfera. Un chirrido de frenos mal engrasados, nos indica que la máquina de ha detenido
Del primer coche bajan tres estudiantes procedentes de La Plata. No hay ningún transporte hacia esa ciudad y deben transbordar en Buenos Aires. Familiares los esperan, por esa causa, ya hace mucho que no vienen.

En tanto, algunos se arriman a « Pazos », a comprarle la 5ta tirada de La Razón con las últimas novedades vespertinas.

Más allá, se advierte el comisionista Valsecchi con sus bultos, hoy que es viernes le toca a él, del mismo modo lunes y miércoles, mientras que Lara lo hace martes, jueves y ciertos sábados. Son colegas, a la vez competencia, pero se respetan mutuamente. En el último vagón, se escucha una gaita, seguro de un grupo ensayando, que es evidente actuará, ni bien llegue el tren , en el Prado Español de General Alvear. Mañana regresan en el tren de las 5, que realiza el trayecto inverso : Zapala a Capital Federal.

Han descendido sólo dos viajantes. Es fin de semana. Cuando salen , uno se vuelca a la derecha, hacia la fonda de la familia Bertazzo ; el otro lo hace a la izquierda, en dirección a la pensión de los Rial.

De los coches de alquiler, propietarios Fantino, Peñalva y Tocci, sólo uno tiene la suerte de levantar un pasajero. los demás retornan cabizbajos. De pronto, se ve llegar corriendo presuroso a un joven que se acerca a la boletaría. Es un soldado de franco, que debe presentarse a la brevedad, en el Regimiento de Zapala.

Ahora sí, el Jefe, que no usa uniforme, hace sonar el badajo, para que vibre la desvanecida campana. Junto al pitazo del guarda, dan la partida a la formación. Pocos pasajeros saludan. El maquinista y el foguista sí lo hacen.

Al pasar, el postrer vagón de cola, de la misma manera, alguien allí presente, con el balanceo de su farol rojo y su significativo vaivén, les está diciendo, a los escasos que aún quedan : ¡Hasta la próxima ! Si Dios quiere.

El paseo nocturno pueblerino, ha concluido. La luna oculta –ahora- por nubarrones y con pronóstico de inminente tormenta, nos señala que también su hora ha terminado… Y viene, a propósito de esta historia parcial del Zapalero, que si no fuera cierta, bien valdría una ficción.

Segunda parte :

Esa aurora, que huele a humedad, por el aguacero de la noche, el rocío fuerte moja el césped, los puntos dorados que el amanecer intercala, con finales penumbras nocturnas, guarecidas un tanto en el cielo y flemática luminosidad de la alborada, se captan nítidos en la lejanía. En tanto, el « astro rey », que pareciera encenderse rojizo, cubriendo el ribete del firmamento de un esplendor especial, se integra igualmente al paisaje.

Entretanto, a esa hora otro « Zapalero », el de la madrugada, rechinando una melopea de hierro sobre rieles, trae en su matriz a la orquesta española, ya los músicos exhaustos, varios dormidos, desde General Alvear. Ascienden dispersos viajeros en Saladillo, algunos por motivos de salud, el comisionista de los sábados y otros en búsqueda de un mejor porvenir lejos de la ciudad.

En el furgón trasero, semivacío, se halla un pasajero particular. Hombre maduro pero no decrépito, que llegó casi sin dormir al viejo andén, antes del amanecer ilusionado con su próximo destino, pero dudoso e incierto. Aliviado, además, por haber asumido esta difícil resolución. Trata de olvidar lo mucho y, mal que angustia, más deleitándose con los escasos recuerdos que consuelan.

Partirá sin adioses, en actitud poco reflexiva, acaso para que una joven cerca de la pubertad –si le correspondiese- dentro de cortos años, no se sienta sujeta a un vetusto senil.

Convencido, por otra parte, que entre las ilusiones y el éxito, siempre está la realidad, que en esta situación le esta advirtiendo la diferencia etaria.

Recela, asimismo, el probable desaire de una jovial dama o, en todo caso, transigir a un juego malvado de su parte. Puede convertirse, del mismo modo, con la partida, en mártir del tiempo y el alejamiento, porque quizás –uno : el lapso y el otro : el distanciamiento-, o tal vez ambos, no harán sino dimensionar el volumen de los recuerdos.

A pesar de haber evaluado opciones, no dudó en tomar la decisión de marchar. Parte el pasajero, cuando el « Zapalero » recibe la orden de arrancar, con exiguo equipaje y cierto dejo de tristeza en su semblante, ante la salida que es traumática, sin duda.

Mira hacia atrás, entrecierra los ojos, para desechar los componentes que integran esa mirada y que aguijonan hacia la evocación, pero también a nostalgia.

Alza la mano en gesto irreflexivo, a manera de saludo, que obvio no obtiene respuesta. la ausencia, puede ser breve quizás , o trocarse en perenne distancia.

No es más que un hombre adulto, que repasa mentalmente el inventario de recuerdos, en forma serena y meditativa, al que contribuye, por otra parte, el vaivén del « Zapalero » Inclina la cabeza laxa, como rebelde a su voluntad y reales designios.

Piensa igualmente, sería una penosa ironía que para lograr el sosiego de una obsesión, con partir como táctica, fuese el principio para sucumbir en otra dolorosa llaga.

Marcharse como solución, era una posibilidad que valía la pena no desechar. Quiere apartarse de esa joven y si es factible, segregarla para siempre de su vida.

Interín, esto le sucede al mustio viajero, respirando anhelante por la tardanza, en un coche de detrás, de ese mismo tren, tratando de pasar inadvertida, en sincrónica y casual disposición, de igual forma, marcha también sin despedidas, con rumbo impreciso y azaroso, una juvenil mujer.

A ella, con exactitud, igual que al nostálgico pasajero, le asaltan emociones similares, que se revelan en armonía con sus silencios, que es la manera de sufrir, un dolor reprimido.

A pesar de las añoranzas, descubre que es partícipe de esta historia y, por otra parte, integrante de la misma.

El viento y remolino de la incipiente mañana, que sopla en sentido contrario al avance del convoy, ondula los sembrados en la campiña, a manera de saludo para los viajeros.

El último silbido del « Zapalero », que devuelve el eco en lontananza, vulnera el curso de sus mutuos raciocinios. Pero la joven tiene otro pensamientos propios, como extrañada de la falta de acción y cambiante postura, de algunos hombres maduros, probablemente por el error lamentable de ellos, en la opción de un escrúpulo, en una ridícula elección de primicias.

Asombrada, además, por la insólita dimensión que le conceden al mundo de los prejuicios. Tal vez, el temor que les irrumpe, a esa edad, de hacer un papelón, intentando algo que los viene maltratando desde hace tiempo, hasta hoy día en plena madurez.

Le tiene más pánico a su propia timidez que a cualquier dolencia física o anímica. Si bien la mesura es prudencia, a veces hay que tomar decisiones.

No se cruzaron en momento alguno por el achacoso muelle, cada uno con sus fortuitos proyectos, quizás originados por idéntica causa, el otro contrarresta en anticipado llegar.

Ambos, ciertamente, desconocen la rara e impensada casualidad, de la marcha coincidente, acaso a una perpetua ausencia. Solo comparten los rieles paralelos, por donde atraviesan las respectivas existencias.

Sin poder congeniar estas dos cronologías, en que la maestría de un hombre con primicias de una vejez cercana, no intenta relacionase con la presunta fragilidad e inexperiencia de una juvenil mujer. Para él, exacta precisión a la premisa : de lo ilógico.

Para ella, no tanto. Y por supuesto, cada uno de los dos padecerá a su manera. condenados, de igual forma, a segregarse y aislarse para siempre. Como esta narración, esta basada en hechos reales, por razones obvias, ciertos nombres se han omitido. Cualquier semejanza con la ficción, es mera coincidencia.

Oscar « Cacho » Debiasi*, Saladillo, Pcia de Bs As, Argentina.

*Oscar « Cacho » Debiasi, poeta y autor argentino de Saladillo, provincia de Buenos Aires. CachoDebiasi@elcorreo.eu.org

El Correo de la Diáspora. París, 20 de julio de 2021

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