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21 de diciembre de 2015


Edgar Morin : « Una civilización trata de nacer »

 

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Vivimos en una civilización en la que el predominio del interés (personal y/o material) del cálculo (cuyas cifras ignoran la felicidad y la desdicha) de lo cuantitativo (PBI, crecimiento, estadísticas sondeos) de lo económico se ha convertido en hegemónico. Existen, ciertamente, muchos oasis de vida amorosa, familiar, fraterna, amistosa, lúdica que testimonian la persistencia del querer vivir bien; la civilización del interés, del cálculo no podrá absorberlos jamás. Pero se trata de oasis dispersos que se ignoran mutuamente. Sin embargo, aparecen cada vez más síntomas de una civilización que quisiera nacer, una civilización del buen vivir.

Señalémoslo en el plano económico, la economía social y solidaria en la que renace el espíritu de las mutuales y de las cooperativas, los bancos de micro-créditos, la economía participativa, la economía circular, el tele-trabajo, la economía ecológica para la producción de energía, para la descontaminación de las ciudades, la agroecología propuesta por Pierre Rabhi y Philippe Desbrosses que nos están mostrando un progresivo rechazo hacia una economía dedicada tan solo a la ganancia.

De modo tal que serían progresivamente rechazadas en el plano vital de la alimentación, de la agricultura industrializada (las inmensas extensiones de monocultivos que esterilizan los suelos y la vida animal, que contienen pesticidas y que proveen cereales, legumbres y frutas estandarizadas sin ningún sabor), la cría industrializada (en campos de concentración de ganado bovino, ovino, avícola alimentados con deshechos, artificialmente engordados y saturados de antibióticos). Algo que al mismo tiempo incrementaría la participación de una agricultura y de una cría más biológica que con el aporte de los actuales conocimientos científicos, revitalizaría y repoblaría el campo y proveería a las ciudades una alimentación más sana.

El desarrollo de circuitos cortos, en especial para la alimentación a través de mercados, Amaps, Internet, sería más favorable para nuestra salud y produciría al mismo tiempo la regresión de las grandes extensiones, de las conservas no artesanales, de los congelados.

En el plano social y humano, la nueva civilización tendería a restaurar la solidaridad local o a establecer nuevas solidaridades (como la creación de casas de la solidaridad en las ciudades pequeñas y en los barrios de las grandes ciudades).
Estimularía la convivencia, necesidad humana primordial que la vida racionalizada, cronometrada, dedicada a la eficiencia, inhibe. Ivan Illitch había anunciado en 1970 esta necesidad de una nueva civilización, mensaje que el movimiento convivialista, impulsado por Alain Caillé, difundió en Francia y más allá de nuestras fronteras.
Se trata de un elemento fundamental para el logro de una reforma existencial. Debemos recuperar un tiempo con ritmos propios que no obedezca sino en parte, la presión cronométrica. El « slow food » movimiento profundo lanzado por Pertini para reducir el « fast food » y restablecer los placeres gastronómicos, estaría acompañado por una reforma de estilos de vida que alternaría períodos rápidos (que tienen virtudes estimulantes) y períodos lentos (que tienen virtudes tranquilizantes).

Responderíamos así sucesivamente a dos impulsos que tan bien expresa el idioma turco: Ayde (vamos, apresurémonos) Yawash (dulcemente, tranquilamente).
La actual proliferación de fiestas y de festivales nos señala claramente nuestras aspiraciones a una vida más poética a través de la fiesta y la comunión con el arte, el teatro, el cine, la danza. Las casas de la cultura están encontrando cada vez más nueva vida.

Nuestras necesidades no se hallan solo concretamente ligadas a nuestra esfera personal. A través de las informaciones de la prensa, la radio, la televisión, a veces inconscientemente, participamos del mundo. Lo que debería penetrar en nuestra conciencia es nuestra pertenencia a la humanidad, hoy en día nuestra interdependencia se halla vinculada a un común destino planetario. El cine que ha dejado de ser un producto solo de occidente nos permite ver películas iraníes, coreanas, chinas, filipinas, marroquíes, africanas y esa participación síquica nos permite sentir en nosotros mismos la unidad y la diversidad humana.

La reforma del consumo sería capital en nuestra nueva civilización. Nos permitiría seleccionar lucidamente aquellos productos con verdaderas virtudes y no con las que imaginariamente nos muestra la publicidad (especialmente para la belleza, la higiene, la seducción) provocando la regresión de las intoxicaciones consumistas (la del automóvil, por ejemplo). El gusto, el sabor, la estética guiarían el consumo, de modo que al desarrollarse, provocarían la regresión de la agricultura industrializada, el consumo insípido y malsano y del predominio de la ganancia capitalista.

Dado que los productores, es decir los trabajadores mismos han perdido su poder de ejercer presión sobre la vida de la sociedad, los consumidores, es decir el conjunto de los ciudadanos, han logrado un poder que por faltarle una interrelación colectiva, resulta invisible, pero que una vez esclarecido posibilitaría instalar una nueva orientación no solo en la economía (industria, agricultura, distribución) sino también en nuestras vidas cada vez más convivenciales.

Por otra parte, la estandarización industrial ha creado por reacción la necesidad de artesanado. La resistencia a los productos de vejez programada (automóviles, refrigeradores, ordenadores, teléfonos portátiles, calzado, etc.) favorecería la aparición de un nuevo artesanado. Al miso tiempo el impulso al comercio vecinal rehumanizaria considerablemente nuestras ciudades. Todo esto provocaría una inmediata regresión de esa formidable fuerza tecno-económica que impulsa el anonimato, la ausencia de relaciones cordiales con el otro, a menudo habitante del mismo edificio.

Finalmente sería necesario cambiar las condiciones de trabajo en nombre mismo de esa rentabilidad que hoy en día produce la mecanización de los comportamientos, la robotización, el « burn out », el desempleo que en definitiva han reducido la promovida rentabilidad.

Es decir que la rentabilidad puede obtenerse, no a través de la robotización de los comportamientos sino a través del pleno empleo de la personalidad y de la responsabilidad de los asalariados. La reforma del Estado puede lograrse no mediante la reducción o el aumento de los efectivos sino a través de la des-burocratización. Es decir la interrelación entre las diferentes áreas, iniciativas y relaciones permanentes de « feed back » en los niveles directivos y de ejecución.
Finalmente la nueva civilización requiere una educación en la que se enseñaría el conocimiento complejo que permita percibir los múltiples aspectos, a veces contradictorios de un mismo fenómeno o hasta de un mismo individuo, lo que permitiría una mejor compresión del otro y del mundo. La Comprensión del otro también sería enseñada, con el objeto de reducir la peste síquica de la incomprensión, existente aún en una misma familia, un mismo taller, una misma oficina. Se enseñarían las dificultades del conocimiento que contiene permanentes riesgos de errores y de desilusión, se enseñaría la complejidad de la vida humana. En síntesis una reforma radical y en todos los niveles de educación enseñaría a vivir con autonomía, responsabilidad, solidaridad, amistad.

Como las piezas de un rompecabezas distribuidas al azar, los primeros fermentos de la nueva civilización, trabajan aquí y allá y contribuyen a levar la nueva masa. Las inconscientes necesidades de una vida nueva comienzan a hacerse conscientes. Se crean oasis de convivencia, de nueva vida, a veces en algún municipio animado por un espíritu nuevo como en Grenoble en que se anima ese movimiento. Ciertamente la civilización del vivir bien trata de nacer, bajo diferentes formas, en algún lugar como Ecuador ya existe un ministerio del buen vivir.

Son pequeñas primaveras que bullen y que corren riesgos de glaciación o de cataclismos. Antes de la guerra, ya se buscaba una nueva civilización, bajo diferentes nombres, con ensayos como los de Emmanuel Mouier, Robert Aron, Armand Dandieu, Simone Weil. Trataban de salir de la impotencia que no había podido evitar la crisis económica, la doble amenaza del fascismo y del comunismo staliniano y buscaba la tercera vía. Tercera vía que fue aplastada por la guerra antes de nacer.

Se trata hoy en día de cambiar de camino, de trazar uno nuevo como parte del desarrollo de una nueva civilización, encarnada ya en muchas personas de buena voluntad de toda edad, de hombres y de mujeres y que está diseñando nuevas formas en los oasis de la vida. Pero las enormes oscuras y oscurantistas formas de la barbarie fría y helada, de la ganancia ilimitada que dominan la civilización también crecen actualmente mucho más velozmente que las fuerzas saludables y no sabemos todavía si podrán estas acelerar y ampliar su propio desarrollo. Socialismo o barbarie se decía antes, hoy en día la alternativa es: nueva civilización o barbarie.

Edgar Morin* para Le blog de Edgar Morin.

Le blog de Edgar Morin. París,18 de junio de 2015

Traducción del francés para El Correo de la diaspora latinoamericana. de: Susana Merino.

*Edgar Morines es un sociólogo y filósofo francés que define su pensamiento como « constructivista » precisando es decir que hablo de la colaboración del mundo exterior y de nuestro propio espíritu para construir « la realidad».

El Correo. París, 12 de diciembre de 2015.

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