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30 juin 2018

Andrés Manuel López Obrador a las puertas de la presidencia de México

De la esperanza y la AMLOfobia

par Carlos Fazio *

 

Los mexicanos son hoy un pueblo hastiado, indignado, enojado, crítico contra el sistema y urgido de un cambio aunque sea incierto. Según todos los pronósticos, López Obrador, candidato de la alianza de centro Juntos Haremos Historia, ganará la presidencia en las elecciones federales del próximo domingo, porque es el que mejor ha sabido canalizar esa ira, conducir la esperanza de cambio y el deseo de transformación social por la vía institucional y pacífica.

Desde hace dos décadas Andrés Manuel López Obrador (también llamado AMLO) ha generado odios y amores, pero nunca indiferencia. Hoy es favorito en las encuestas para las elecciones presidenciales del domingo. Ha sido capaz de transformar el miedo, la paranoia y la angustia de la gente en alegría.

Atrás, muy atrás, quedó la consigna “AMLO, un peligro para México” que –fraude mediante o no– le costara la presidencia en 2006. Con inteligencia, pragmatismo puro y mucho colmillo político, el candidato de la coalición de izquierda formada por el Movimiento Regeneración Nacional (Morena), el Encuentro Social (Pes) y el Partido del Trabajo (PT) ha exhibido un perfil disidente aunque conciliador –haciendo incluso alianzas con grupos empresariales que antes definió como parte de “la mafia del poder” (véase nota de Eliana Gilet)–. Y por más que lo atacaron los plutócratas mexicanos (como las firmas líder en gestión de inversiones Black Rock y Citibanamex), al igual que sus adversarios políticos, los gurúes ideológicos del liberalismo oligárquico y la “comentocracia” de los medios hegemónicos privados, logró superar con éxito las fake news y las campañas negras y ya gastadas que lo asimilaban al populismo, al autoritarismo y al “estatismo fracasado”, al siempre diabólico eje “castro-chavista” y a la “influencia rusa”.

Desde el arranque de las campañas, en abril último, fueron millones los spots de los derechistas Partido Revolucionario Institucional (Pri) y Acción Nacional (Pan) –y sus coaliciones– dedicados a pintar una imagen negativa del candidato presidencial de la alianza Juntos Haremos Historia. A modo de ejemplo, el Pri y su candidato presidencial, José Antonio Meade, en abril y mayo inundaron los medios con 2.401.000 trasmisiones dedicadas a repetir que Amlo es un “peligro”, que pactó con delincuentes para otorgarles una amnistía y que quiere “venezolanizar” a México. “Elige : miedo… o Meade”, remataba el spot. Sólo que esta vez azuzar el miedo como emoción primaria no funcionó. La ira es una expresión distinta al miedo, y quien mejor la entendió, comprendió y administró durante la campaña fue López Obrador, que por la vía de la esperanza ofreció dar una salida a ese enorme caudal de bronca contenida.

A su vez, el tres veces frustrado candidato independiente Jorge G Castañeda, ex canciller de Vicente Fox y uno de los principales coordinadores de la campaña de Ricardo Anaya, aspirante de la alianza Por México al Frente, aseveró que el panista tenía que arremeter contra “ese angry old man (hombre viejo y enojado), cuando él mismo, de 65 años, es mayor que el fundador del Morena.

Al comenzar abril, Castañeda le diseñó a Anaya una estrategia de “contraste y polarización” con López Obrador, en la que ya no se dijo que el tabasqueño es chavista o castrista, sino un símil del ex presidente de México Luis Echeverría Álvarez (1970-1976), por sus tesis “nacionalistas, estatistas y autoritarias”.

Según Castañeda, esta es una elección entre dos alternativas : López Obrador y Anaya. Y una elección entre un “cambio hacia atrás o cambio hacia adelante (…). Cambio hacia el pasado o hacia el futuro”. En ese contexto, según el estratega del candidato panista, López Obrador “no es chavista, no es castrista, no es partidario de Evo Morales” ; su “referente” es Echeverría, responsable, como secretario de Gobernación de Gustavo Díaz Ordaz, de la matanza de Tlatelolco, y ya siendo presidente de la República, el hombre que llevó a México “a la debacle económica de 1976”. Debido a que López Obrador ha expresado admiración por Antonio Ortiz Mena, secretario de Hacienda de Adolfo López Mateos (1958-1964) y Díaz Ordaz (1964-1970), arguye Castañeda, y que no se puede separar la política económica de ambos regímenes de sus actos “represivos, autoritarios y corruptos”, sin saberlo el tabasqueño se está colocando a favor de “la política económica de Pinochet y su dictadura” (sic).

ATAQUES DE LA TRIBU.

La impostura de Castañeda ha estado en sintonía con las diatribas apocalípticas de otros dos exponentes de lo que Emir Sader ha definido como el “liberalismo oligárquico latinoamericano” : el peruano Mario Vargas Llosa y el mexicano Enrique Krauze. Fiel a su vocación de polemista reaccionario, Vargas Llosa, premio Nobel de Literatura en 2010, aprovechó la presentación en Madrid de su libro El llamado de la tribu, en febrero, para afirmar : “Hay una posibilidad de que México retroceda de una democracia a una democracia populista, una democracia demagógica. ¿Van a ser tan insensatos los mexicanos, teniendo el ejemplo dramático de Venezuela, de votar algo semejante ?”. López Obrador contestó que Vargas Llosa tiene su manera de pensar, “es un buen escritor, pero mal político. No me voy a enganchar. Amor y paz”.

El 7 de marzo siguiente, Enrique Krauze publicó en The New York Times un artículo que tituló “¿Adiós a la democracia mexicana ?”. En él, tras describir al México del siglo XXI como una democracia, admitió un “descontento profundo” con sus resultados : pobreza, desigualdad, violencia, inseguridad, corrupción, impunidad. Y dijo que ante ese balance desolador la reacción natural en cualquier democracia sería “castigar” al gobierno de turno. No obstante, tras aceptar que las preferencias en las encuestas perfilaban como ganador a López Obrador, afirmó que “entre sus seguidores y él hay un genuino vínculo de fervor religioso que no es exagerado llamar mesianismo”, que AMLO ha mostrado una “inflexible intolerancia” a la crítica de los medios e intelectuales y exhibe una marcada inclinación a “dividir” al país entre el “pueblo” que lo apoya y todos los demás, que apoyan a “la mafia del poder”.

El riesgo, según Krauze, es que si una vez en la presidencia López Obrador decide apelar a las movilizaciones populares y los plebiscitos, podría convocar a un congreso constituyente, anular la división de poderes, subordinar a la Suprema Corte, restringir a los medios y silenciar las voces críticas. En ese caso, “México sería otra vez una monarquía, pero caudillista y mesiánica, sin ropajes republicanos : el país de un hombre”.

CONTRA EL “NACO”.

Ya en junio de 2006 Krauze había escrito el texto “El mesías tropical”, en el que presentó a López Obrador como un líder autocrático y caricaturizó a sus seguidores como un conjunto de fanáticos inconscientes. Desde entonces, Krauze ha venido ayudando a construir y difundir entre la clase política, los comentaristas y twiteros lo que Gabriela Rodríguez y Hernán Gómez Bruera han dado en llamar la “AMLOfobia” o “pejefobia” (en alusión al sobrenombre del líder del Morena, el “Peje”) ; el rechazo a que un sujeto de origen relativamente humilde ocupe o pretenda ocupar un espacio de poder reservado a las elites. Es el temor a que un rústico nativo del poblado de Tepetitán, municipio de Macuspana, Tabasco, cuya madre vendía abarrotes en una “panga” (pequeña embarcación a motor), alguien cuya tez no es tan clara como las de Meade y Anaya, que se come las eses, no habla otros idiomas ni tiene posgrados en el extranjero, quiera acceder al sillón presidencial.

En buen romance, para las elites y algunos ilustres intelectuales antimesiánicos que sufren ese padecimiento sin confesarlo, López Obrador es un “naco” (palabra peyorativa usada con frecuencia en el español mexicano para describir a las personas mal educadas o con mal gusto). En ese sentido, la “pejefobia” es mucho más que el rechazo a López Obrador como político, es el desprecio a lo que él simboliza ; el “populacho” que pretende igualarse, la posibilidad de un cambio social.

A los “pejefóbicos” les inquieta la manera en que López Obrador se comunica con el pueblo llano, su forma de hablar sencilla –su “pobreza de lenguaje”, exaltan sus críticos–, que no deja de ser una cualidad en un México donde la tecnocracia ha expropiado el lenguaje de la política para excluir de ella a las mayorías empobrecidas. Les preocupa, también, su carisma. Se sienten más cómodos con un burócrata gris como Meade o con un Anaya –el candidato de los fundamentalistas del mercado total y del Consejo Mexicano de Negocios–, reputado como “el joven maravilla”, güerito y con corte de pelo neonazi, bien educado y políglota, hombre de mundo, quien en la antesala de los comicios luce desdibujado, como un hombre solitario, frustrado.

En rigor, Anaya nunca logró despegar y apareció en campaña como un robot programado. Maestro de la teatralidad señalado como un nerd, nunca entendió el contexto ni el país al que aspira gobernar ; analizó a México, pero nunca pareció sufrir por y con él. En sus mítines semidesiertos nunca “conectó” con la gente. Según el analista Jesús Silva Herzog Márquez, más que presidente, Anaya podría ser un gran promotor de I-Phones. Dirigente de un Partido Acción Nacional priizado, cómplice de las contrarreformas neoliberales de Enrique Peña Nieto (al que tardíamente denostó y prometió llevar a la cárcel por casos de corrupción) y del actual caos y la violencia sin límites que permean al país, Anaya nunca logró enarbolar de manera legítima y creíble la bandera de la oposición. Del “cambio hacia adelante”, diría Castañeda. Sus posturas antisistémicas sonaron huecas ; parecían ensayadas pero no internalizadas.

S.O.S. MILLENIALS.

A 15 días de los comicios, Krauze volvió a insistir, ahora desde El País de Madrid, y dirigiéndose en particular a los millennials –cerca de 40 millones de jóvenes mexicanos menores de 29 años que, dijo, “carecen de memoria histórica”– escribió que la opción por López Obrador “puede desembocar en la reedición corregida y aumentada del pasado autoritario” ; en la restauración de una “presidencia imperial”, en la que el mandatario tenía “el monopolio de la violencia legítima y la violencia impune”.

Ese desenlace, según Krauze, significaría la reaparición del viejo sistema político con “un nuevo partido hegemónico” (Morena), sin contrapesos y en manos de un “caudillo populista”. Por eso, ante la posibilidad de que López Obrador se alce incluso con una mayoría calificada en el Congreso, Krauze salió a recorrer las universidades del país para exhortar a los jóvenes a votar “dividido” en las elecciones generales entre la presidencia de la República y los cargos de senadores y diputados, para evitar que las dos cámaras se conviertan en un órgano “servil” del presidente.

Al cierre de esta edición las encuestas de opinión (entre ellas las de la estadounidense Bloomberg y Gea-Isa) seguían dando a López Obrador entre 30 y 20 puntos de ventaja sobre el segundo lugar, que oscilaba entre Anaya y Meade. Y la gran mayoría de los analistas coinciden en que la alianza Juntos Haremos Historia incluso podría tener mayoría calificada en el Congreso.

López Obrador cerró su campaña en el Estadio Azteca, con un público que rebasó el aforo (a las gradas se sumó la cancha). El diario El Universal, el de mayor tiraje, y progubernamental, estimó en 100 mil personas el número de asistentes.

CANDIDATOS ASESINADOS.

Las elecciones generales de 2018 ya son las más violentas de la historia contemporánea de México. El número de asesinatos por razones políticas en el marco de la campaña fue de 133 : 48 candidatos y 85 políticos en total en 26 estados ; Guerrero y Oaxaca encabezan la lista con 26 casos cada uno. El crimen decidió quién está en las listas electorales en muchas regiones del país. En este contexto, el candidato del Pri, José Antonio Meade, lanzaba una peculiar advertencia en sus cierres de campaña : “Que a nadie sorprenda el 1 de julio cuando ganemos esta elección”. ¿Podría ser un signo de que el régimen confía en mejoradas técnicas de adulteración electoral ? Sólo un nuevo fraude del Estado parece poder evitar que López Obrador llegue a la presidencia en su tercer intento. Si esto llegara a ocurrir, podría ser la chispa que incendiara la pradera, desatando una revuelta social. El descontento podría ya no ser pacífico.

Elecciones generales

El 1 de julio los mexicanos escogerán al presidente número 65 desde la Constitución de 1824. Además, según el Instituto Nacional Electoral, 88 millones de personas están habilitadas para elegir a más de 3 mil cargos públicos : 128 senadores, 500 diputados, ocho gobernadores, 972 diputaciones locales, 1.596 ayuntamientos, 184 juntas municipales y 16 alcaldías.

Tres coaliciones se disputarán los cargos. Todos por México, que postula a Juan Antonio Meade, está formada por el Partido Revolucionario Institucional, Nueva Alianza y el Partido Verde. El Frente por México está integrado por los partidos Acción Nacional (Pan) y de la Revolución Democrática (Prd) y el Movimiento Ciudadano. Esta alianza impulsa a Ricardo Anaya. Juntos Haremos Historia, la alianza que encabeza Andrés Manuel López Obrador, agrupa al Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), al Partido del Trabajo (PT) y a Encuentro Social (Pes).

BRECHA - Edición 1701, Mundo, 29 junio, 2018

¿Cambio de régimen ? El proyecto político de AMLO

Carlos Fazio

El miércoles 27 de junio fue el último día de las campañas electorales. Y si los vaticinios de las encuestas resultan ciertos, podría suceder que en México, a partir del próximo domingo, las estructuras y las relaciones de poder se pongan “patas pa’arriba”.

Se ha llegado al final de un proceso electoral muy polarizado y desgastante, y se respira una extraña sensación de fin de ciclo. Por distintas razones, partidarios y enemigos de Andrés Manuel López Obrador han visto que si él gana podría producirse una ruptura. Un cambio de régimen.

Por más de tres lustros, millones de personas han visto en él una alternativa de cambio. Una inmensa mayoría de la población está harta de lo que pasa y culpa de sus males a un “sistema” del que López Obrador no formaría parte. Sin embargo, no hay nada en su proyecto alternativo de nación que implique una ruptura estructural con el actual sistema de dominación. Su programa es recuperar por la vía electoral al Estado, refundarlo, democratizarlo y convertirlo en promotor del desarrollo económico, político y social.

Su programa centrista de corte nacionalista pone el acento en la austeridad de una forma que lo acerca a la ortodoxia, y establece un compromiso claro de mantener el equilibrio macroeconómico, preservar la autonomía del Banco de México y mantener el tipo de cambio flexible. Nada, pues, que inquiete a “los mercados”.

Además, las posibilidades de un cambio del modelo económico parecen ser nulas. Desde 1994-96 se han aprobado una serie de candados legales que blindan jurídicamente al proyecto neoliberal. Por lo que será muy difícil transitar hacia una ruta distinta a la del “consenso de Washington”.

La narrativa central de su campaña puso énfasis en separar el poder económico del poder político. Y eso lo llevó a enfrentarse con el hombre más rico de México, Carlos Slim, y con las 40 familias que integran el Consejo Mexicano de Negocios, los megamillonarios de la lista de Forbes.

López Obrador ha insistido en la centralidad de la lucha contra la corrupción, pero se ha retractado de su propuesta original de erradicar el modelo neoliberal. Durante su campaña ha tenido que pactar su programa inicial. Por lo que su perspectiva de cambio implica leves reformas. No obstante, aunque no haya una ruptura de fondo con el modelo de desarrollo de los últimos 30 años, eso no significa que su proyecto sea una mera continuidad del actual. Para una población pauperizada por tres decenios de neoliberalismo, leves reformas podrían ser reformas mayúsculas. Es decir, de ganar López Obrador habrá cambios, pero lo central se conservará.

Los cambios que ha dibujado durante la campaña tienen que ver con la revisión de los contratos de obra pública y las concesiones gubernamentales al sector privado, que según el historiador Lorenzo Meyer son, en México, el corazón de la política. En particular, su duro enfrentamiento con Carlos Slim y un grupo de empresarios a los que definió como una “minoría rapaz” tuvo que ver con su intención de revisar los contratos de construcción del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México y las concesiones gubernamentales para la explotación de campos petroleros y en el sector minero.

Y en esas cuestiones, de persistir en su empeño y por más voluntad política que tenga para modificar el modelo, se encontrará con un complejo entramado jurídico construido desde las dos cámaras legislativas, la Suprema Corte de la Nación, los organismos reguladores de la economía, los tratados de libre comercio y lo que ha dado en llamarse un “nuevo derecho pro empresarial”, erigido para proporcionar garantías a las inversiones extranjeras. Es decir, construido para beneficiar los intereses de las grandes empresas trasnacionales y eludir las facultades regulatorias del Estado.

No obstante, en México la presidencia de la República encierra potencias simbólicas insospechadas. Una suerte de carisma institucional. Como dice Ilán Semo, no importa quién la ocupe. Incluso a un inepto (pensemos en Vicente Fox), el cargo le trasmite un aura : es “el presidente”. Y si quien lo ocupa sabe qué hacer con él, su fuerza puede devenir incalculable. Así, en una situación de crisis podría convertirse no en una referencia del Estado, sino en “su” referente. Los más preocupados por la opción López Obrador lo saben muy bien. Nada hay en el MORENA que apunte a un cambio sustancial de régimen ; pero tampoco que vaya en dirección opuesta.

Transar

Para estas elecciones, Andrés Manuel López Obrador ha incluido en su equipo político a figuras del mundo empresarial. Quien encabezó la redacción de su programa político fue Alfonso Romo, un magnate ex dueño de una empresa de semillas transgénicas. Y su futuro ministro de Agricultura es un lobista pro transgénicos.
Eliana Gilet

La alianza del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) con el Partido Encuentro Social, evangélico, movió políticamente a López Obrador hacia la derecha. El acuerdo de campaña fue anunciado públicamente a fines de diciembre pasado, y la coalición Juntos Haremos Historia permitirá amplificar al Pes y el PT, ya que obtendrán la mitad de los escaños parlamentarios que coseche la alianza.

Además de estos integrantes, otras figuras conservadoras empezaron a sumarse a la coalición. Uno de los primeros en hacerlo fue el ex futbolista Cuauhtémoc Blanco, quien se convirtió en el candidato único al gobierno del estado de Morelos, luego de que el ex rector de la universidad de ese estado, Alejandro Vera, que también pretendía el cargo, cediera el lugar al deportista.

En fila detrás del “Cuau” saltaron al Morena figuras como Manuel Espino, que fue presidente del Pan y, aunque él lo ha negado, se lo vincula a un grupo de ultraderecha llamado El Yunque. No mucho tiempo después, también se sumó el militar retirado Julián Leyzaola, que, según detalla la periodista Marcela Turati, “tiene en su historial 19 recomendaciones por violaciones de derechos humanos y 25 averiguaciones previas y actas circunstanciadas ante autoridades estatales y una por la Procuraduría General de la República por delitos como tortura y homicidio” (Proceso, 18-V-2018).

UN MAGNATE DE TIMONEL.

Otro que se integró al equipo de campaña de López Obrador es Alfonso Romo, un magnate de Nuevo León, titular del Grupo Pulsar, que maneja empresas en diversos rubros, incluidos los transgénicos. Romo pasó a liderar el trabajo de redacción del “proyecto de país” de López Obrador, un candidato que públicamente defiende una posición “contra la mafia del poder”. En una entrevista publicada esta semana en El Heraldo de México, Romo explicó que, cuando comenzaron a trabajar juntos, la instrucción que le dio López Obrador fue que necesitaba “crear confianza”, y que por eso Romo le había hecho “un plan de gobierno de centro que toma en cuenta a los olvidados”.

El proyecto presentado por Romo se centra en eliminar la corrupción, con lo que se recuperaría el equivalente al 10 por ciento del Pbi y con eso se financiarían las obras de infraestructura y la generación de empleos que el país necesita. Y López Obrador refrendó la lectura de que la corrupción es el verdadero mal detrás de la desigualdad. En una entrevista que le dio al canal Televisa dijo : “El problema no es que el empresariado acumule riqueza y no la distribuya. (En) México la causa principal de la desigualdad es la corrupción. La monstruosa desigualdad que tenemos no se debe a la explotación del empresario al obrero, puede ser, pero no es lo determinante. Lo principal es que la desigualdad de México se ha mantenido y se ha acrecentado y es monstruosa por la corrupción. Nada ha dañado más a México que la deshonestidad, es la causa principal de la desigualdad social”.

A dos días de las elecciones, en un acto público, López Obrador anunció que, de ser electo presidente, Romo sería su jefe de gabinete. Ya había anunciado quiénes serían sus ministros a mediados de diciembre pasado. Entre esas designaciones sorprendió la de la cartera de Educación, que recayó en Esteban Moctezuma Barragán, titular de la Fundación Azteca, parte del conglomerado mexicano de medios TV Azteca. Pero el nombre probablemente más preocupante sea el del probable futuro secretario de Agricultura : Víctor Villalobos. Sin embargo esto no ha generado demasiado revuelo, los únicos que denunciaron su presencia en un futuro gobierno del Morena fueron los activistas de Greenpeace. “Nuestra reacción fue inmediata. Greenpeace es una organización apartidista, mas no apolítica, y en ese sentido denunciamos a candidatos que tienen o promueven conductas que deterioran el ambiente y afectan la salud humana”, comentó a Brecha María Colin, asesora legal de Greenpeace en México.

TRANSGÉNICOS.

Villalobos, explicó la abogada –que lleva el litigio de las comunidades mayas de Campeche y Yucatán, y que logró a mediados del año pasado que se revocara el permiso de siembra de soja transgénica de Monsanto–, ocupó varios cargos gubernamentales desde principios de este siglo y fue el primer director de la Comisión Intersecretarial de Bioseguridad de Organismos Genéticamente Modificados. “Hemos seguido en el tiempo su trayectoria pro-transgénicos, y nuestra gran crítica contra él, entre muchas, es haber permitido el llamado ‘Tlc transgénico’ entre Canadá, Estados Unidos y México, en el cual, mediante un acuerdo regional, se permite un 5 por ciento de tolerancia a las semillas transgénicas en los embarques entre los tres países”, explicó.

Colin sugirió que es muy probable que el vínculo entre el candidato López Obrador y Villalobos lo haya forjado Alfonso Romo, quien fue dueño de la empresa productora de semillas Seminis, que en 2003 vendió a un empresario estadounidense, Fox Paine, quien dos años después fusionó esa empresa con Monsanto.

Desde 2016, cuando se falló en la causa “Demanda colectiva del maíz” prohibiendo la siembra de maíz transgénico en México, hay presiones desde el sector agrícola industrial por allanar el camino a esta tecnología. Como señala Colin, las dudas todavía son muchas y resta ver si la designación de Villalobos significa una luz verde para las grandes trasnacionales que concentran el mercado de producción de semillas, en un momento en que su avance en México está detenido.

Aunque, señaló la abogada, “Villalobos lleva muchos años promoviendo esta tecnología, ¿por qué de repente, en un proyecto nacional, va a asumir una postura distinta ?”.

Semanario Brecha de Montevideo, 28 y 29 de junio de 2018

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